sábado, mayo 28, 2022

Dafne en La Habitación Violeta.

Novena sesión en La Habitación Violeta, en esta oportunidad con la presencia de Dafne quien nos lleva a un viaje de múltiples e intensas sensaciones. A no olvidar las reglas.

Mi gratitud Dafne.

Dulces besos de manzana. 

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LA HABITACIÓN VIOLETA
 
 
 
 
Lo que ocurre en La Habitación Violeta se queda en La Habitación Violeta. Esa era la primera regla. La segunda: olvidarse de todas las convenciones sociales, permitir que afloren los deseos más profundos y dejarse llevar por el placer.
Por eso cuando la chica entró en aquella habitación, dejó escapar un suspiro y el corazón se le aceleró. Al grueso collar de cuero que mostraba alrededor del cuello estaba enganchada una correa en forma de cadena, cuyo extremo sostenía su pareja.
—Sigue andando. —Tiró suavemente de ella hasta situarla en el centro de la habitación. Luego le ordenó con voz baja y profunda—: Quieta.
Y fue a cerrar la puerta.
Ella estaba completamente desnuda, pero no sentía frío. En cambio, él aún llevaba puestos sus pantalones grises de deporte. Se acercó de nuevo a ella y le desenganchó la cadena. Los eslabones rozaron momentáneamente sus pechos, haciéndola estremecer, y una sonrisa se dibujó en los labios de él. Se dedicó a acariciar su piel con el metal, sin pausa pero sin prisa, disfrutando de sus gemidos quedos.
—¿Te gusta, perra?
Asintió rápidamente con la cabeza. Sin embargo, él la agarró la trenza y siseó:
—Respóndeme con palabras.
Gracias a su altura su rostro quedaba muy por encima del de ella, así que se inclinó hacia delante hasta que sus bocas casi se rozaron.
—S-sí —murmuró, excitada—. Me gusta mucho, Amo.
—Buena chica...
La besó profundamente, apretándola contra él. Su torso desnudo ardía, sus músculos en tensión, y ella deseó con toda su alma que la follase en aquel mismo momento. Sin embargo, él tenía otros planes.
A los pocos segundos él se separó, relamiéndose. Enrolló la cadena sobre una de las mesitas y extrajo del cajón una mordaza de bola morada.
—Abre la boca. —Le colocó la mordaza y seguidamente le acarició los labios con la punta de los dedos; le encantaba esa imagen—. Ahora, túmbate bocarriba en la cama y levanta las piernas, las rodillas contra el pecho.
Por supuesto, ella obedeció. El colchón se hundió un poco cuando él se apoyó para atarle unos grilletes a los tobillos. Estos estaban unidos a un pequeño arnés que a su vez se unía a otros grilletes para las muñecas, de modo que finalmente las manos quedaban afianzadas contra las pantorrillas. Aquella postura exhibía completamente la parte interna de sus muslos, su culo y su sexo.
—¿Ya estás mojada? —Deslizó un dedo, haciéndola ahogar otro gemido—. Pareces una perra en celo... ¿Sabes lo que se les hace a las perras en celo que interrumpen a su Amo cuando está haciendo deporte?
Alcanzó un flogger de cuero y lo hizo latiguear repetidamente en el aire.
Ella aguantó la respiración, esperando sentirlo en cualquier momento. El primer azote apenas lo notó, pero igualmente dio un brinco en la cama. Luego llegó el segundo, el tercero, el cuarto... Y la piel comenzó a calentarse y enrojecerse.
—Recuerda: si es demasiado chasquea los dedos dos veces.
¿Demasiado? Lo que pasaba era que se sentía demasiado bien.
Los golpes fueron ganando intensidad hasta que comenzó a sentir dolor de verdad. Los gritos de la chica quedaban amortiguados por la mordaza y las lágrimas desbordaron por las comisuras de sus ojos. De vez en cuando las cintas alcanzaban su sexo, provocando que descargas de placer ametrallasen su cuerpo, y el orgasmo comenzó a acumularse en su vientre.
—Ni se te ocurra correrte sin mi permiso, eh.
A modo de aviso, el chico descargó un azote contra las palmas de sus pies, que apuntaban hacia el techo. Ella casi perdió la postura al retorcerse e intentar escapar, pero aun así no chasqueó los dedos. Luego el flogger continuó castigando su culo y sus muslos.
—Como veo que lo estás disfrutando demasiado vamos a pasar a algo más intenso.
De otro de los cajones extrajo un cilindro morado y un mechero. Clic. Con la llama encendió el cirio que se encontraba en el extremo y la cera de baja temperatura comenzó a derretirse. La chica dejó escapar un gritito cuando lo vio aproximarse.
—Ya sabes lo mucho que me gusta el color violeta sobre ti.
Las gotas cayeron sobre ella como una lluvia implacable. Golpeaban su piel sensible, candentes, se deslizaban unos pocos centímetros y entonces se solidificaban rápidamente por el contraste de temperatura. La sensación era brutal. La chica abría y cerraba las manos y sus piernas temblaban, en parte por el cansancio, en parte por el dolor y el placer. Gimoteaba quedamente... El chico suspiró. Uf, la imagen le estaba volviendo loco. Desde hacía rato su erección se marcaba en sus pantalones, palpitando, casi doliendo. Pero aún podía esperar un poco más.
Acercó y alejó la vela para jugar con la temperatura de la cera; solo le faltaba cubrir una parte de su piel. Cuando la chica sintió el impacto de las gotas sobre sus labios, hinchados y húmedos, se quedó sorprendentemente quieta y soltó el aire con fuerza. Las gotas se aproximaron a su clítoris y ella puso los ojos en blanco por el gusto.
—¿Quieres esto? ¿Quieres que te corra así? No sé, no sé... ¿Has aprendido la lección, amor? —Intentó decir que sí, desesperada, pero la mordaza se lo impidió. Él se rió suavemente—. De acuerdo.
Mientras que con la mano izquierda mantenía la vela en una posición fija, con la otra mano comenzó a masturbarla, trazando círculos con el pulgar de modo que cada vez que cayera una gota y se solidificase, la despegaba con facilidad. Estaba tan empapada por su excitación que su dedo prácticamente resbalaba.
—Venga, córrete para mí...
Fue como si la orden activase un interruptor y, al instante, el orgasmo la sacudió entera, como un relámpago que alcanza un árbol.
—Tsss, tsss, buena chica...
Apagó la vela y la depositó sobre la mesilla. Con un rápido movimiento se quitó los pantalones, quedando completamente desnudo. Se subió a la cama y orientó su polla hacia la entrada de su coño. En cuanto entró la punta, colocó las manos en sus corvas y empujó hacia delante mientras la penetraba. Ella gritó de placer y consiguió apoyar las manos en su torso. Él la folló con fuerza, tal y como les gustaba, y ella no tardó en correrse de nuevo, mojándoles enteros. Varias embestidas después, él se corrió también, vertiéndose dentro.
—¡Ahg!
Dejó caer su peso momentáneamente sobre ella, y ella sintió contra las paredes de su vagina los espasmos de su polla; adoraba esa sensación.
Cuando se recuperó de la pequeña muerte, salió de su coño y parte de la corrida brotó también, mezclándose con la cera de color morado.
—No te creas que hemos terminado...
Le hizo darse la vuelta de modo que su cara quedó contra las sábanas. Sus pechos y sus rodillas quedaron apoyados contra el colchón, los brazos extendidos a cada lado porque las muñecas seguían sujetas a los tobillos, y el culo en pompa. La erección de él apenas había bajado aún después de correrse, así que no le costó penetrarla de nuevo. Aferró su trenza para que levantase un poco la cabeza.
—Me debes la sesión de cardio de hoy.
Y así siguió follándola, hora tras hora, orgasmo tras orgasmo.


 Ⓒ Dafne Sinedie


jueves, mayo 26, 2022

Dakota en La Habitación Violeta.

Octava sesión en La Habitación Violeta, allí llegó Dakota por primera vez, siendo aprendiz abrió su mente y aceptó el reto del dulce juego.

Mi gratitud Dakota.

Besos dulces. 

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Collar




Llegué a casa, Fran estaba en la ducha, sobre la cama mi collar, esa era la señal y yo sabía que debía hacer. Me vestí para la ocasión, medias de rejilla negras, tacones y un tanga de encaje, así le gustaba a mi señor que vistiese su perra. Lo esperé de rodillas sobre la alfombra con el collar entre mis manos. 
Cuando Fran salió del baño y se dirigió al dormitorio se puso de pie ante mí, bajé mi cabeza ante sus pies, me puso el collar...
-Ahora eres mi perra... me dijo.
-Soy tuya mi amo.
Enganchó una cadena a mi collar y me paseó por la habitación, estaba muy excitada y él lo sabía. Se puso detrás de mí, tirando del collar besó mis labios, mientras pellizcaba mis pezones que estaban totalmente erectos, mi piel se erizaba al momento, mis gemidos comenzaban a escucharse... mi entrepierna se empezaba a humedecer. Fran seguía besándome mientras me penetraba con sus dedos, le gustaba sentir mi humedad. 
-Estás empapada como una perra en celo, me susurraba al oído.
Fran se puso de pie frente a mí, tirando del collar, penetró mi boca, como me gustaba sentir toda su hombría llenando mi boca, vibrando... mi amo gimiendo de placer ante mí mientras bofeteaba mi cara. Sacó su pene de mi boca, se acercó a mi oído.
-Date la vuelta perra, ponte a cuatro. 
-Sí mi amo. 
Fran me cogió de las caderas, rompió mi tanga y comenzó a embestirme, a follarme duro, agarró el collar y tiraba hacia atrás. Mi cuerpo se abandonaba a la pasión, cuando estaba a punto de llegar al orgasmo Fran me susurró al oído...
-Todavía no perra.
Aguantaba el orgasmo hasta que él me daba la orden, mi cuerpo estaba encendido.
-Ahora perra, me ordenó Fran. Toda la lujuria contenida en nuestros cuerpos estallaba dejándonos exhaustos, cuando él me dio la orden entregué mi alma al placer.

Dakota©
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martes, mayo 24, 2022

J.P.Alexander en La Habitación Violeta.

 Séptima sesión en La habitación Violeta, en esta ocasión J.P.Alexander nos lleva a una intensa fantasía de placer y magia. Los libros suelen llevarnos a lugares insospechados, más aún cuando son libros prohibidos.

Mi gratitud J.P.Alexander.

Besos dulces.

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Libros  prohibidos



Ella temblaba en la puerta de esa gran librería. Era la más grande y vieja de la ciudad. Había rumores que fantasmas habitan sobre sus  paredes. 
Era una gran casa estilo colonial con jardines por dentro. A lo lejos  como si fuera construida en otra época una especie de torre de color  gris. Por un momento mirándola por la ventana pudo ver a una  figura mirándola fijamente. Se estremeció, lo peor es que la torre  desapareció.

Tal vez, solo era su imaginación. Necesitaba el trabajo y, más aún, lo deseaba. Siempre le gustó estar rodeada de libros. Lo que le daba miedo eran los  fantasmas.  La amiga que le recomendó el trabajo le contó que nadie duraba más de dos meses.  
Suspiró para darse valor y entró en la gran librería. Un hombre alto,  flaco, con el cabello canoso y la nariz respingada la recibió. Luego de unos minutos ya estaba contratada.
El trabajo era fácil, tenía que atender a los clientes y la caja. Lo único  que le prohibieron era ir a los cuartos de atrás ya que era la  biblioteca privada de su jefe. No podía entrar y peor tomar libros que  ahí se encontraban.

Los primeros días cuando le tocaba cerrar oía a alguien tocar el  violín. Cuando le preguntó a sus compañeras sobre si su jefe tocaba ellas lo negaron y  aludieron al  fantasma que aparecía en la  librería. 
Ella se acostumbró a oír el violín y hasta se quedaba de noche solo para escucharlo. Una noche la puerta estaba abierta. En lugar de  salir corriendo entró. No había nadie pero había un montón de libros con curiosidad tomó uno y como oyó pasos se fue corriendo  llevándose el libro. 
Esa noche ya en su pequeño apartamento se dio cuenta de que aún tenía el libro pero cuando lo quiso abrir no pudo.  
Tenía una cerradura. Lo dejó en su mesita de noche y se quedó viendo en su computadora una película vieja para calmarse. Aún se encontraba en jeans y con camiseta negra. Se sentía intranquila  para cambiarse. Una parte de ella deseaba regresar el libro y la otra no. Ni se dio cuenta cuando se quedó dormida.
Se despertó al oír un ruido de violín.
Cuando abrió los ojos un hombre enmascarado estaba en su cuarto. A pesar de las puertas  cerradas.
—¿Quién eres?
—  Soy una sombra, un fantasma.
Ella se rio. Él le lanzó un rayo unos centímetros de sus pies.
—¿Ahora me  crees?  ¿O  debo hacerte daño?
—  Ella se estremeció y casi sin voz preguntó —  ¿Qué  haces  aquí?
— Tomaste algo que no es tuyo — Una mano enguantada le señaló al libro que no podía abrir. 
— Lo siento, no pude evitarlo. Iba a regresarlo mañana.
— Debería matarte, pero te castigaré. No vuelvas a la tienda  renuncia.
Ella se mordió los labios y sus ojos azules estaban a punto de llorar.
—  No puedo, debe haber otra forma. Amo estar rodeada de libros y  me gusta...—  Ella se calló pensando que dijo mucho. Él se le acercó 
— Te gusta escuchar el violín,
—  Parece que me llama.
Hay otra  forma  te azotaré 
La muchacha abrió los ojos como platos y tartamudeó —  Azotes.
— Lo dices como si lo temieras. —  Él le susurró al oído.
— Sé que te gusta, he sentido tus fantasías cada vez que toco. ¿Qué decides?
 Si te portas bien hasta tendrás placer. ¿Qué decides?  
Ella bajó la mirada aunque no podía ver su rostro y en voz muy baja  dijo —Azótame.  
— Pon los brazos detrás de ti con las muñecas cruzadas por encima del culo.
—Pero...
Ante la ligera inclinación de su barbilla, ella siguió sus indicaciones.
Cuando ella lo miró, él presionó lentamente sus hombros hacia atrás contra los cojines del sofá hasta que ella se apoyó en sus brazos. Era un tipo de sujeción sin ataduras, se dio cuenta. Sin embargo, lo que más le  sorprendió  que su camiseta negra desapareció y que ahora  ella mostraba su sostén de encaje color blanco. Trató de incorporarse.
—¿Qué...?
Él con una mano entre sus pechos, la empujó suavemente hacia atrás. Se inclinó hacia delante y la besó lentamente, con los labios firmes. Su aliento tenía un toque de menta. Le cogió la barbilla y la sujetó mientras aumentaba la profundidad del beso, haciéndola responder a su lenta invasión. A ella le hubiera gustado ver su rostro. Levantó la cabeza y la miró mientras las yemas de sus dedos rozaban la parte superior de sus pechos.
Sus pezones despuntaron y su cuerpo se excitó, haciéndola demasiado consciente de la dureza de su rostro y de sus manos, que sabían lo que hacían.
Y de cómo tenía los brazos inmovilizados a la espalda.
Mientras él le mordía la mandíbula, sus dedos le desabrochaban el sostén  para dejarle los senos al descubierto. Sólo los tirantes de los hombros impedían que se cayera.
—¿Qué estás haciendo?
— Siempre deseé ver tus senos. Eres tan bella. Ahora ella podía ver su rostro pálido. Sus ojos negros que la taladraban y podían ver su alma. Una ligera sonrisa apareció en su rostro. Ella sintió un deseo   en todo  su  cuerpo. Quería besarlo de nuevo.
Él como intuyendo que ella necesitaba su proximidad le acarició un pecho, sopesándolo, moldeándolo.
La palma de su mano era fría. Su tacto le hizo doblar los dedos de los pies.
Él la besó en sus labios antes de levantarse. La sujetó por la cintura y la levantó con facilidad, a pesar de que ella era un poco gordita. 
Bajo la camisa negra de él. Había  músculos firmes que sobresalían lo suficiente como para tensar la tela.
De la nada creó un banco 
— El banco será. Intentó ahogar una risa. — Cuando ella  sorprendida  lo miró  desafiante. —Pero...
Con un brazo todavía alrededor de ella, la condujo hasta el banco y deslizó los tirantes del sostén hacia abajo para quitarle la prenda. De pie detrás de ella, él puso las manos sobre sus exuberantes pechos para mantenerla inmóvil mientras le mordisqueaba los hombros. 
Su piel suave era como un festín para  él.
— Uy ...
Él puso su dedo en sus labios. — Todavía detrás de ella, bajó la mano para desabrocharle los vaqueros negros, luego se inclinó y le bajó las bragas de encaje  blanco.
Apretó su suave cintura entre sus grandes manos y luego deslizó las palmas hacia abajo. Curvó sus manos alrededor de las hermosas caderas y apretó. —Así es como te sujetaré cuando te tome. —murmuró y disfrutó del temblor que la recorrió.
La levantó y la colocó sobre el banco, bocabajo.
Cuando ella se agitó, él le dio una ligera palmada en el culo. —Quédate quieta, ladrona.
La cara de ella estaba girada hacia un lado, y él vio cómo su piel se ruborizaba. Y cómo no movía ni un músculo.
—Muy bien. —Sonriendo, le quitó los vaqueros y las bragas por completo. 
Agarrando su rodilla derecha, la colocó sobre la tabla horizontal acolchada, y luego hizo lo mismo con la izquierda.
—Apoya los antebrazos en la tabla aquí también. —Le ajustó los pechos para que colgaran a cada lado del cojín superior.
Ella giró la cabeza para observarlo, con los ojos ligeramente abiertos y la respiración acelerada.
Con la intención de tranquilizarla, se inclinó y la besó ligeramente. Ella le devolvió el beso con fervor. Enderezándose, le pasó la mano por la espalda desnuda y la subió. Él se inclinó y ahuecó uno de esos hermosos y pesados pechos. Los ojos de ella se abrieron. Y cuando hizo rodar su pezón entre sus dedos, sus pupilas se dilataron.
Muy sensible. Estaba deseando verla toda sonrojada y sudorosa por el dolor y la excitación.
Le sujetó las piernas derecha e izquierda pasando una correa por cada pantorrilla.
Después de probar las ataduras, ella se tensó mientras la preocupación se hacía evidente de nuevo.
Él  sonrió. —Tranquila. —Le acarició el pelo—. Te dejaré las manos libres. Si es necesario, siempre puedes alcanzar las correas. Es toda la ayuda que  te  daré. 
— Gracias.

Con la inclinación del banco, su trasero estaba ligeramente más alto que su cabeza y sobresalía del extremo de la mesa. Le había acercado las rodillas a los hombros antes de sujetarle las piernas, y le pareció como si le hubiera pintado una diana en el culo.
Su cálida mano recorrió su trasero, que ya no estaba tenso. Los callos de las palmas de las manos le proporcionaban una intrigante abrasión sobre la piel, mientras le amasaba y abofeteaba ligeramente el culo y los muslos.
De la nada la música del violín empezó a sonar. La triste tonada tocaba el alma de  ella.
Tomándose su tiempo, la azotó con más fuerza, y luego se detuvo para pasar las palmas de las manos por los muslos y el culo. Un ardor surgió en su piel, secundado por el que se produjo en su interior. Empezó a temblar esperando que él la tocara en otras partes. ella se estremeció de deseo. Él se rio y su mano golpeó su trasero. Le dio varias bofetadas más. Luego su dedo se deslizó entre sus pliegues, hacia arriba y alrededor de su clítoris.
Estaba bastante mojada. De alguna manera, cada golpe enviaba más sangre a su vagina, haciéndola palpitar con deseo. Después de frotar el escozor, le pasó las manos por los muslos y luego... por ahí. Deslizándose sobre su clítoris con ligeros toques. 

Ella se retorció, queriendo más. Después de presionar la mano contra su vagina, se limpió la humedad de la palma de la mano en su trasero y le dio una palmada en ese lugar.
El escozor era mucho más pronunciado sobre la piel húmeda, y ella chilló. Su profunda risa resonó en la habitación. Avanzando, le acarició el pelo y le dio un fuerte tirón. — Tengo la intención de oír más chillidos.  Te mereces el dolor por  ladrona.  Me  robaste el libro y mi  corazón —susurró— y luego la besó fuerte y profundamente.
Ella se hundió en los cojines del banco.
Durante un minuto, él le mordisqueó los labios, mientras le acariciaba los pechos, con sus manos, Apretando y tirando. Tomando posesión de su cuerpo y alma. El calor recorrió su cuerpo, de arriba abajo, mientras todo se volvía más sensible. Mientras caía en un abismo de deseo.
Su mano bajó por su espalda hasta llegar a su trasero de nuevo  la azotó una  vez más. Más suave, luego más fuerte. Se detuvo a jugar con su vagina, a acariciar su clítoris, y luego volvió a azotar. A veces, utilizaba una mano ahuecada, haciendo que el sonido estallara en la habitación; a veces, golpeaba el tierno pliegue entre sus nalgas y su muslo, haciéndola chillar.
Los dedos de él la tocaban, tan íntimamente, y ella oía un ruido como el de un fuerte ronroneo de gato, como si él disfrutara acariciándola tanto como ella disfrutaba siendo tocada.
Su clítoris se hinchó hasta convertirse en un dolor de necesidad. Cuando le metió un dedo gordo, su espalda se arqueó ante la explosión de placer.
—Oh, ohhhhh. El sonido salió de ella, un sonido prolongado. Él introdujo otro dedo, bombeando ligeramente mientras su otra mano jugaba con su clítoris. Todo allí abajo se tensó mientras ella se acercaba a un pico increíble y él se apartó. Su gemido fue ahogado por más palmadas en el culo. Su orgasmo acechaba, justo fuera de su alcance, convirtiendo el dolor en estrellas fugaces de excitación.

La  golpeó  con  más  fuerza. 
Él la golpeó más fuerte, más suave, variando los golpes. Amasando su piel irritada, y luego acariciando su clítoris hasta que estuvo a punto de correrse.
Cada vez, él volvía a retroceder. La estaba volviendo loca. La siguiente ráfaga de golpes le dolió lo suficiente como para que se le saltaran las lágrimas. Introdujo los dedos en su interior, llenándola, mientras deslizaba los otros dedos sobre su resbaladizo clítoris. Una y otra vez.
Ella mantuvo la respiración mientras el exquisito placer crecía. Esta vez, él no se detuvo y ella explotó en un fuerte orgasmo. La primera increíble ola de placer floreció en su interior, el mundo desapareció.  
Él le  acarició lentamente  su  cabello para  luego soltar  las  ataduras. Luego la depositó en la cama y esperó a que ella  durmiera.
La alarma la despertó sola en su cama. Triste pensó que todo fue un sueño. Hasta que observó el libro abierto y una rosa negra junto.  Con una  simple nota 
Te  espero. 

© J.P. Alexander