domingo, febrero 12, 2023
El Baile por Myriam I.
sábado, febrero 11, 2023
El Baile por Verónica I.
El baile
Doctora, le han dejado paciente, el del 204 no puede miccionar y requiere una sonda, es un hombre mayor, de 62 años; y el doctor de la guardia anterior no quiso atenderlo.
¡Vamos!, me escucho decir, no sin antes recordar las treinta horas continuas que llevo de guardia y de paso a la madre que parió al doctor anterior que no hizo su trabajo, ¡valiente salida y entrada de año!. Reviso el expediente para ponerme al día. Don Ángel, cómo se siente
Mal, no he podido orinar desde ayer en la noche; y ya es otra vez de noche.
No se preocupe, le colocaremos una sonda para ayudarlo mientras nos llegan sus resultados, va a tener que descubrirse, Don Ángel lo hace.
No se crea, doctora, así como lo ve de arrugadito todavía funciona y me lanza una mirada libidinosa que me incomoda, e insiste en su argumento de su tamaño y vejez. Si yo le contara, este amigo era un roble, frondoso y rebosante
Haciendo oídos sordos le informo, Don Ángel, esto puede doler
A mi roble nada le duele, pero tenga cuidado al tocarlo, porque es muy coscolino.
Introduzco la sonda sin muchos miramientos, observo en su rostro la sonrisa desvanecida y veo aparecer una mueca de incomodidad, mientras pienso y vuelvo a recordar al anterior doctor.
¿Dolió?
Con una voz salida desde muy hondo articuló algo ininteligible que fue reforzado con un movimiento en negativa de cabeza.
Un líquido concentrado se dejó fluir y Don Ángel empezó a hacer ruiditos extraños, luego de un momento, su cuerpo empezó a relajarse.
La una y treinta de la madrugada... llega el relevo que me cubrirá por unas horas.
Corro al estacionamiento, en el trayecto, no hago caso al frío demoledor que penetra hasta las entrañas, voy despojando mi cuerpo de su abrigo hasta quedar solo con el quirúrgico, empujo todo al asiento trasero, incluidos los zapatos que ahí, estando de pie, me he sacado.
Detrás del volante voy sacando el resto de las prendas y en un embotellamiento me pongo el vestido, tomo un momento para observarlo, sí, definitivamente, es un vestido fucsia hermoso, el claxon de un desesperado me saca del embeleso y avanzo.
En este castillo de ensueño, entre sus paredes frías camino decidida; y en cada paso con esos tacones que parecen clavos ardientes en mis pies henchidos y doloridos, recuerdo los malabares que tuve que hacer para llegar a (des)tiempo a tu guarida.
Se escucha música resquebrajando las paredes, llenando el ambiente con las cálidas notas, conforme avanzo, una panorámica oscura va engullendo la luz, es como entrar en un túnel, o estar perdida en lo más profundo de la noche, ligeros tonos violeta se degradan, ensombreciendo aún más el recinto.
¡La llave...! me escucho (mal)decir. Aspiro hondo y retengo, resistiéndome a dejarlo salir y así me quedo hasta lo último, al darme vuelta para regresar sobre mis huellas, veo tu rostro sereno y a punto de romperme me dejo caer en tus brazos.
¡Tranquila!; ya estás aquí, anda, busca en la bolsa del pantalón, tengo tu llave secreta
Al abrir la puerta secreta, el sonido de una música avernocelestial se deja sentir, escucho tu voz, como susurro profundo
Te prometí dos bailes al llegar, me dice; y en ese momento envuelve mi cuerpo en su cuerpo, me siento volar... en ese momento me doy cuenta
¡Diantres!, olvidé sacarme el pantalón...
Y mientras, continúa la música
jueves, febrero 09, 2023
El Baile por JP.Alexander II.
La última llave.
Hola, ¿Cómo están? Sé que esperaban un nuevo fragmento de mi novela. Les prometo que le próximo viernes así será. Sin embargo, hoy les traigo un relato muy especial , que me encantó escribirlo.
Antes que nada deseo dar las gracias a León del blog El dulce susurro de las las palabras de por la invitación a su mágico baile de fin de año.Aquí les muestro mi invitación.
Por motivos de salud, recién pude publicar en esta fecha. Pero aun la Navidad no se ha terminado. Todavía estamos en reyes y la magia perdura.
La Última llave
Hace muchos años, cuando los humanos compartían las tierras con elfos, hadas y dragones. Hay una leyenda que no es muy conocida. Un príncipe elfo se enamoró de una joven humana. A pesar de que elfos y humanos eran enemigos. Ellos se iban a casar el solsticio de invierno la época más mágica del año. Ella murió a manos del rey de los dragones de fuego que desconfiaba de los humanos.
La noche del 23 de diciembre la pequeña hija del rey dragón se perdió. en medio de la montaña helada. El príncipe a pesar de su dolor al ver en peligro a esa pequeña dragona no pudo matarla y así vengarse de su padre. Él pensaba que la muerte de un inocente no arreglaría nada. Solo incrementa el odio y por el recuerdo de su amada ayudó a la pequeña cría.
Como agradecimiento la pequeña dragona al ver su dolor le predijo que su amada renacerá y que si él lograba que se enamore de él nuevamente, ellos se quedarían juntos por siempre. Para lograr ese propósito le dio 7 llaves. El príncipe desolado se refugió en su castillo. en el que por su dolor siempre nieva
Solo en la víspera de Navidad El príncipe todos los años se llevaba a las doncellas que podían ver su castillo durante 15 días. Prometiéndoles una llave que concedería todos sus deseos. A pesar de que pasaron muchos años, más de los que podía contar el príncipe nunca perdió la fe que algún día iba a encontrar a su dulce amada.
María caminaba en medio de las estrechas calles del Quito colonial. A pesar del frío que provocaba la lluvia tenía más frío en su corazón . Era su primera Navidad sin su madre. Apenas tenía amigos y mucho menos un amor.
Había vendedores ambulantes que intentaban trabajar y conseguir una venta aunque lloviera. La gente caminaba con prisas realizando las últimas compras navideñas.
Ella miró al horizonte esperando ver al Guagua Pichincha cubierto de nubes. En lugar de eso observó un castillo cubierto de nieve en medio del volcán Se frotó los ojos, pensando que desvariaba. Pero el castillo seguía y lo peor es que empezó a nevar.
Ella se puso a temblar mientras alargaba la mano para tomar un copo de nieve. Las personas a su alrededor parecía no darse cuenta que nevaba. Fue cuando un hombre extraño vestido de negro se le acercó llamándola por su nombre.
— María.
Ella lo miró confundida y le preguntó —¿Quién es usted?
— Soy León, el príncipe de las nieves. He venido a llevarte conmigo.
María pensó al principio que ese enorme hombre era un ladrón. Ahora creía que era un lunático. A pesar de que su cerebro le decía que salga corriendo no se marchó.
Había algo intrigante en ese hombre de rostro cincelado, cabellos dorados y grandes ojos azules tan tristes que llegaban al alma de María.
— No, iré a ninguna parte.
Él la miró examinado su cabello negro, su rostro redondo y tez morena. María no era una mujer que despierte pasiones. Pero había algo en sus ojos negros que tocó el alma del príncipe —. Te podría conceder todo lo que deseas.
Ella pensó que en cualquier momento iba a ser asaltada.
— Déjeme ir, me esperan.
— Eso, es una mentira.
María quiso golpearle, en su lugar se volteó para marcharse.
— Espera, por favor.
María no se marchó. Algo en su voz, le enterneció.
— Solo serán 15 días y podrás obtener un deseo.
Ella empezó a temblar con la nieve.
— Ven, te prometo que no te haré daño. Pero si sigues aquí, te congelaras.
Ella observó a su alrededor y solo ella percibía al extraño hombre y la nieve alrededor. A pesar de que creyó que era una mala idea siguió al hombre hasta un bello carruaje de cristal. Parecía que ella entró en un cuento de hadas.
En el carruaje él le contó que si ella encontraba la estrella del nacimiento de Cristo . Podía pedir una de las 7 llaves cada una contenía un tesoro que le concedería su más preciado deseo. A cambio debía estar en su compañía por lo menos una hora de los 15 días que se quedaría en su castillo.
María no podía creer cuando llegó al castillo en medio de la montaña. Era tan hermoso y majestuoso. El príncipe le explicó antes de que ella aceptara irse con él. Que si ella no encontraba la estrella se quedaría por 7 navidades más. Y volvería al mundo humano renaciendo.
O si ella lo deseaba se quedaría en ese mundo. Observó gran cantidad de mujeres con sus familias en ese lugar. El castillo lucía grandes adornos navideños y todo era mágico.
María decidió que si no encontraba la llave se quedaría en ese hermoso lugar. Disfrutaba de los grandes bosques y sobre todo de estar junto a León, el príncipe de las nieves.
Sus días eran emocionantes y nuevos en especial en su compañía. Aun podía recordar cuando en la cena por accidente sus manos se rozaban y ella sentía un con un toque electricidad golpeaba su cuerpo en especial su vientre.
La noche de Navidad, hubo una gran fiesta, pero el príncipe no acudió a la cena . Una de las mujeres le contó que él se quedaba en el invernadero recordando tiempos más felices. Ella lo encontró mirando las rosas.
— ¿Qué estás haciendo aquí?
— Vine a acompañarte, pero si prefieres me retiro.
León le miró con sus tristes y bellos ojos azules antes de responder quédate. Esa noche hablaron de sus pérdidas y de sus sueños. Hasta que oyeron a lo lejos un vals y él bailó junto a ella a luz de la luna.
Cuando la música terminó los dos se miraron con deseo y miedo. Se acercaron tímidamente y se besaron. Hubiera pasado más pero uno de los aldeanos llegó y María huyó de la escena.
Los días siguieron. Ninguno habló del incidente y ninguno lo olvidó. El baile de fin de año era muy apetecido. María deseaba estar nuevamente en los brazos de su príncipe.
Esa noche el príncipe de las nieves no llegó al baile. María se sentía muy triste y pensó que él no vendría . Pero a la medianoche llegó León y se acercó a bailar con ella.
No existía nadie más que ellos o eso creían . Pero cuando llegaron las campanadas de medianoche. Y se iban a volver a besar para celebrar el nuevo año y que estaba juntos juntos. Un enorme dragón negro apareció y quiso atacar a María, pero el príncipe se interpuso siendo herido.
Cuando el dragón iba a terminar con ellos. Una pequeña dragona blanca se interpuso
— No lo hagas padre. Ya basta de odio y guerra. Él me salvó cuando pudo haberme matado. El dragón rugió, pero se marchó.
Mientras el pobre príncipe de las nieves agonizaba. Por más que vinieron grandes curadores y hadas. No podían salvar al príncipe . Si seguía así moriría el 5 de enero. Fue cuando a María se le ocurrió que podía haber una forma de salvarlo y era que ella pudiera pedir su deseo.
Pero por más que buscaba no encontraba la estrella. Llorando fue al invernadero en donde una vez el príncipe le besó. Fue cuando observó a la estrella y le pidió que salvara a su amor. No importara lo que pasará después.
Por un momento pensó que no pasaría nada. Pero una luz bajó de la estrella y le dio la última llave. Cuando la iba a tomar apareció la dragona blanca.
— Tu deseo será concedido pero tendrás que volver a tu hogar.
— ¿Puedo despedirme del príncipe?
—No.
María quería llorar contuvo las lágrimas para no hacerlo en frente de la dragona. Que muy seria le dijo —. Toma la ultima y ve a la torre la puerta te llevara a tu hogar. Te aseguró que el príncipe esta a salvo con tu deseo. Pero si deseas otra cosa este es el momento para ratificar lo que quieres.
— ¿Qué deseas? — Preguntó la dragona.
— Que el príncipe. este a salvo. Solo quiero eso, a pesar de que no me quede con él . Deseo que este sano y feliz.
— Tu deseo será concedido — dijo la dragona con una sonrisa.
Ella fue abrir la habitación temiendo lo peor. Fue cuando observó que estaba en la recamara del príncipe. Él le sonrió
León le cogió la mano y se la llevó a los labios, con la mirada clavada en la suya. Se quedó sin aliento. —Debería darte las gracias. De alguna forma.
Ella se sonrojó por la forma en la que le miraba —. ¿Qué paso? Pensé que volvería al mundo humano.
— ¿Es lo que quieres?
— No.
— ¿Qué deseas?
— Estar contigo, para siempre.
— Si , es tu decisión y deseo así se hará. Me parece apropiado, darte un beso —, murmuraron sus labios contra su mano.
Le dio la vuelta a la mano y le besó la palma.
Ella tragó saliva. Su corazón latió con fuerza.
Sus labios se acercaron a la muñeca de ella. Le apartó la tela de la blusa y le dio ligeros besos a lo largo del brazo hasta el interior del codo. María se sintió tan sexi como Morticia Adams
Ella apenas notó su mano libre intentando quitarle la blusa negra que ella llevaba. Le quitó la blusa y se inclinó para besarle el hombro. A María se le cortó la respiración.
León le rodeó la cintura con un brazo y la acercó. Su otra mano se deslizó sobre su cadera y se inclinó para cubrir su boca con la suya. María abrió su boca a la de él. Su aliento se mezcló con el de él, y su lengua se batió con la de ella, provocando y tentando. La necesidad la estremeció. Él se apartó y besó el punto en el que su cuello se unía a su hombro. Ella no estaba segura de cómo lo sabía, pero ese punto en particular, y la forma en que sus labios la acariciaban, le derritieron los huesos.
Ella gimió suavemente.
León acarició la espalda de María. Ella se estremeció. En un momento de valentía tiró de su camisa para sacarla de sus pantalones. Él se movió para dejarle espacio para retirar el resto de su ropa. María le subió la camisa hasta que él se la sacó por la cabeza y la dejó caer. Ella lo besó repetidamente en la base de su garganta; sus manos vagaron por los duros músculos de su pecho. Sus dedos exploraron las curvas y los valles de su trasero y rozaron sus caderas y la parte baja de su espalda. María apretó sus caderas contra las de él, la dura evidencia de su excitación presionando en ella a través de la tela de sus pantalones. Las manos de León la acariciaron, sus dedos trazaron la costura de su trasero. Ella deslizó su mano entre ellos para tantear los botones, frenética de deseo.
Le abrió los botones y deslizó la mano dentro de los pantalones. Sus dedos encontraron su miembro duro e hinchado que se tensaba contra la tela. Él aspiró con fuerza. Su pecho subió y bajó más rápido contra ella. Su mano se enroscó alrededor del pene y ella lo acarició, y él gimió desesperado buscando alivio.
León se bajó los pantalones por las caderas, los dejó caer al suelo y los apartó de una patada. Ella le acarició su miembro y las pelotas, recorriendo con su lengua y sus labios su pecho. Se arrodilló lentamente y lo miró.
Él la miraba fijamente, con los ojos vidriosos de deseo. Le cogió las nalgas con una mano y le rodeó la polla con la otra, retirando el prepucio. Sin dejar de mirarlo, le pasó la lengua por la punta de su pene. Él jadeó y se llevó las manos a los costados. Ella quería darle placer.
Ella rodeó la cabeza de su polla lentamente con su lengua. Él se estremeció, y ella lo succionó lentamente en su boca hasta que la llenó. Se apartó, recorriendo con sus dientes la longitud de la polla. Él gimió. La humedad se acumuló entre sus piernas y ella palpitó de necesidad. Chupó la cabeza de su polla, apretando suavemente y acariciando sus cojones. Él movió ligeramente las caderas hacia ella, introduciéndose en su boca, como si intentara contenerse, pero no pudiera.
Ella retrocedió y él la puso de pie. Deslizó la mano por su cadera y levantó la pierna de ella para rodear la suya. Su boca tomó la de ella. Reclamó la suya. Saqueó la suya. Su miembro se deslizó entre sus piernas y se frotó contra su húmedo y resbaladizo centro de deseo. María gimió en su boca.
Él se estremeció y se apartó, luego la cogió en brazos y entró en su habitación para dejarla en la cama. Ella se apoyó en un codo y lo miró fijamente desnudo. Su imagen le quitó el aliento.
El príncipe se deslizó en la cama junto a ella y la tomó en sus brazos. Sus pechos se apretaron contra su pecho. Sus piernas se enredaron alrededor de las de ella. Su boca y sus manos estaban en todas partes a la vez. Le cogió los pechos y le acarició los pezones con la lengua, los chupó y los mordisqueó con los dientes y la boca. Ella se retorcía bajo su contacto. Cada lugar que exploraba, cada centímetro de ella, estaba lleno de sensaciones, intensas y abrumadoras. Bajó, arrastrando besos entre sus pechos y sobre su estómago. Ella gimió y se arqueó para recibir su boca y sus caricias.
Se arrodilló entre sus piernas y le besó el interior de los muslos. La separó con los dedos y el pulgar la frotó. Ella gritó, su cuerpo se sacudió y levantó las caderas. Él la mantuvo abierta, se agachó y sopló sobre ese punto sensible y palpitante de placer. Bajó la cabeza y la acarició con la lengua, y ella se preguntó si se podía morir de felicidad desenfrenada. Y no le importó. Él lamió y chupó, y un placer exquisito la inundó.
—León... querido príncipe... por favor...
Él se movió y se colocó entre sus piernas, luego se deslizó dentro de ella hasta llenarla, poseerla. Sus músculos se tensaron alrededor de él. Él se retiró lentamente, permitiéndole sentir cada centímetro de él, y luego se deslizó de nuevo dentro de ella. Ella enganchó sus piernas alrededor de las de él y le instó a seguir, a profundizar. Sus movimientos se volvieron rítmicos, más rápidos. Ella giró sus caderas contra él, respondiendo a sus empujes con los suyos.
Más rápido y más fuerte, él empujó dentro de ella. Se aferró a él, gimió y se balanceó con más fuerza contra él. Y se perdió en la sensación de placer, de ser una con él, conectada en cuerpo y alma. Hasta que él empujó con fuerza y gimió y se estremeció dentro de ella. Sus músculos se tensaron en torno a su miembro y su cuerpo estalló en una explosión. Olas de pura felicidad la inundaron, y ella se arqueó hacia arriba y gritó su nombre. Y se maravilló de lo bueno y correcto que era todo aquello, y de lo mucho que la consumía. Ella era suya y él era suyo y lo sería para siempre.
El deseo de María y de su príncipe se cumplió. Dos corazones solitarios se unieron por la magia de la navidad.
© J.P.Alexander