sábado, febrero 03, 2024
Favorita.
jueves, febrero 01, 2024
El Baile por Campirela VII.
La Novicia
Otro año más nuestro bloguero y compañero de letras Dulce, nos ofrece este baile de Máscaras, donde nuestra mente divaga al son del erotismo que envuelve una noche mágica.
Mi carta elegida me da tres objetos que debo incorporar al baile:Una Cruz, una plabra - Vampiro- y un color, el negro.
Muchas gracias, Dulce.
La novicia
Cerró su celda y cogió la pequeña maleta, en ella solo llevaba el misal y una muda, pues tan solo pasaría dos noches con sus padres.
En la puerta del convento se hallaba el chofer que la llevaría después de tres años a su hogar, a su pasado.
Tan solo con quince años ingresó en el convento de las Divinas Pastoras, ella no quería, fue decisión de sus padres, esos modales de mujer liberal escandalizaron a esa sociedad hipócrita que la rodeaba, sus padres no supieron estar a la altura, pensaron que alejándola de la civilización calmarían las habladurías.
En los tres años transcurridos tuvo tiempo de rezar, de empaparse de la vida de los Santos, pero cada noche, en la soledad de la celda, sus manos recorrían su cuerpo, sentía como se erizaba su piel, sus dedos se estremecían refugiándose entre su camisón.
Se despidió de la abadesa con un roce de beso en la mano y una leve inclinación. Cuando subió al carruaje, fue una liberació, por fin estaría todo el recorrido sola, sin que ningún ojo oculto la estuviera espiando.
Faltaba más de medio camino cuando oscureció, el trayecto apenas lo recordaba, pues, el paisaje era un bosque tan tupido de árboles que apenas dejaba ver las estrellas, en sus pensamientos iba cerniendo que haría esos dos días de libertad, si reflexionar sobre estos tres años o en huir en busca de su libertad.
Algo ocurrió de repente, el cochero frenó, dándose con la cabeza en el cerco de la ventana.
— Hermana, perdóneme la brusquedad. Tenemos un pequeño problema. La rueda trasera se ha salido y es imposible seguir el viaje.
—No se preocupe,caminaremos hasta llegar a la posada más cercana para pasar la noche.
—Creo que a unos tres kilómetros había una casona grande, puede que alguien se apiade de una religiosa y nos dé cobijo.
Ambos echaron andar, el cochero llevaba la maleta de la novicia. Esta detrás de él, vigilaba cada paso que daba pues sus alpargatas no estaban hechas para caminar por ese camino agreste de hojarasca y piedras.
La noche era fría,y por momentos la niebla les impedía avanzar.De repente un corcel negro relichando se detuvo a su lado, los dos quedaron quietos sin saber qué decir. Ese majestuoso animal era todo un poder de la naturaleza, al igual que el hombre que lo montaba.
—¿Qué les ha ocurrido para que una religiosa y su acompañante anden por este lugar en una noche tan fría y oscura?la voz era profunda, con tintes de dominación.
—Señor, se nos rompió la rueda trasera y no podemos seguir rumbo al hogar de la hermana Ángela. ¿Sería usted tan amable de decir si en este camino se encuentra alguna fonda para pernoctar?
—No será necesario, seguidme, les alojaré en mi casa. Hermana, deje que la llevé a lomos de mi corcel, veo que sus zapatillas están a punto de dejarla con los pies al aire y la noche no acontece.
Al darle el brazo para engarzarla al lomo del caballo, sintió un hormigueo en el cuerpo ¿cuanto hacía que un hombre no la tocaba? Él, por su parte, sintió algo raro, su cuerpo se estremeció, pero no de deseo, sino de pánico, algo no funcionaba.
Esa mujer con ese hábito negro llamó su curiosidad, pero algo no estaba funcionando, hasta que por fin vio la cruz que asomaba entre sus pechos.
Tenso todo su cuerpo, procuró no tocar un ápice del hábito galopando hasta llegar a su mansión.
La hermana Ángela temblaba de frío y de miedo. Aquel hombre de aspecto viril la producía una sensación extraña. Sus ojos eran oscuros tanto como su pelo, sus labios carnosos y la dentadura blanca hacían resaltar la belleza varonil.
—Hermana, debería cambiarse de vestido, está mojado por las nieblas de la noche.
— No tengo otro hábito, solo llevo dos mudas para el corto viaje que estaba realizando hasta encontrarnos con este infortunio, quizá si hay un buen fuego pueda secar mis ropas.
—Venga, la llevaré a la biblioteca, allí siempre está encendida la chimenea, pero creo que no será suficiente. Si a usted no le importa en las habitaciones hay ropa de mujer y puede que sea de su talla.
—Perdone, pero se habrá dado cuenta de que yo no soy una mujer normal, soy una religiosa a punto de dar mi vida al Señor y usted habla de ponerme unas ropas de mujer. No estaría obrando con mis votos de humildad y castidad.
El caballero la miró con ojos penetrantes, evitando mirar el crucifico, esa cruz tenía que quitárselo del medio lo antes posible. Cada vez que sus ojos iban hacia ella, sus colmillos se afilaban rozando casi su labio inferior.
—Hermana, al menos despójese de su crucifijo, así se secará antes el vestido.
Él la dejó sola en esa sala, curiosa comenzó a mirar cada estantería, podía ver libros escandalosos, la llamó la atención uno que estaba abierto sobre una mesa de madera. Al acercarse, vio imágenes obscenas de mujeres desnudas abiertas de piernas con hombres sobre ellas, cada uno poseyéndolas en diferentes formas.Su curiosidad era tal que comenzó a sentir una ola de calor y fue el momento en el que se desprendió de su crucifijo.
Ojeó más sin percatarse de que aquel, el caballero la observaba a través de las cortinas que hacían de biombo entre esa sala y su despacho. Allí agazapado sentía como esa mujer le atraía como ninguna otra, pero esta vez no era por tener unos pechos exuberantes, ni una ropa sensual, ni tan siquiera sabía como era su cabello,pues este iba cubierto, pero algo le decía que esa mujer iba a ser suya, tal vez esa noche no, pero quizás antes de amanecer.
Ángela por un momento sintió que alguien la miraba, pero allí estaba ella sola, se acercó al fuego y levanto con timidez los hábitos y sus piernas quedaron al descubierto, él desde la distancia vio algo extraño en su ropa interior, alrededor de su cintura portaba un cinturón que rozaba sus partes más intimas, no podía ser, esa joven llevaba un cinturón de castidad.
El fuego del hogar calentaba su cuerpo a la vez que sentía arder algo por dentro, aquellas imágenes quedaron clavadas en su retina, podía sentir el cuerpo del varón sobre ella, recorriendo todo su piel y sin darse cuenta sus manos fueron a sus pechos los cuales los acaricio con lentitud, ésto al otro lado estaba alterando la entrepierna del hombre que no sabía si mitigar el acaloramiento de la joven o ver como transcurría la escena.
La hermana Ángela, cerró sus ojos y dejó su mente volar. Hacía mucho tiempo que no tenía esa necesidad de acariciarse, de sentir aquello que hizo que sus padres la convirtieran en una novicia que ella nunca deseó, la llamada de la religión.
Sin darse cuenta se fue desprendiendo de su primer hábito, quedándose en una camisa que la cubría hasta las rodillas, sus pechos se marcaban con nitidez. Él pudo ver aquellos pezones erectos como velas apuntado hacia el santísimo, su cuerpo comenzó a convulsionar se dirigió con sigilo hacia ella.Posó las manos en sus hombros y acercándose despacio,sin hablar, solo besó su cuello. Ella se estremeció, pareciera que le estaba esperando.
Sus colmillos querían saciarse de ese cuello esbelto y ese olor a santidad, pero se detuvo, solo quería gozar y que ella sintiera lo mismo.
Como dos almas que se encuentran por primera vez, se entregaron al deseo, la lujuria y el placer.
Cuando sus besos se posaron en sus labios, comprobó como hombre experto en el sexo, que ella era novel en las artes amatorias, no hizo falta decir, sus ojos se lo dijeron, por eso, sello su boca con un beso que la obnubiló de tal forma que casi desfallece, la sentó en el sillón y acercó una manta para posarla en el suelo al lado del fuego.
La llevó hasta ella con caricias, la fue despojando poco a poco de su ropa hasta quedar solo con ese cinturón, que la hacía aún más exquisita.
Sus suspiros y gemidos recorrían toda la instancia, sus manos jugueteaban en acariciar el pelo, a desabrochar cada botón de la camisa, a reír como una niña cuando juega con su muñeco. Él sentía que esa noche algo importante iba a pasar en su vida.
El nivel de deseo fue creciendo conforme las caricias iban aumentando. Él la guiaba donde debía acariciar, tocar, arañar...hubo un instante de pasión cuando lamió sus pezones que no pudo contener su primer alarido. Su lengua quiso dar las gracias de ese placer recibido, haciendo que esta recorriera su pecho, bajaran por su ombligo y llegara hasta donde encontró algo que llamo su atención, era la primera vez que veía un hombre desnudo y aquello jamás lo hubiera imaginado, retrocedió con un gesto de pavor, pues vio moverse algo que parecía tener vida propia, él la miró y con dulzura, le indico que aquello era su sexo, y ella podría disfrutar de él tanto como quisiera.
Su boca fue descendiendo, acarició todo su falo, lo lamió, lo saboreó, al principio sus arcadas eran grandes, pero luego sereno su garganta hasta llegar a controlar los impulsos, pues veía que él se retorcía, ella se sentía poderosa, el placer antes recibido por él ella se lo estaba compensado, aquellos movimientos cada vez más rápidos hizo que de su juguete saltara un líquido cálido que la mojo toda su cara.
Fue un momento único, en sus años de placer nunca había tenido un orgasmo tan rápido. La inexperiencia de la joven le arrancó su hombría en segundos de placer.
Ella se limpió con su camisa y le sonrió, no sabía qué decir, se acurrucó debajo de su pecho y solo le dijo:
Perdón.
—No tienes por qué pedir perdón, entre un hombre y una mujer estas cosas suceden.
— Pero yo soy religiosa, y he pecado, mi lujuria ha sido más fuerte que mi amor al Señor.
— Tal vez ese sea el pecado, que tú no estás hecha para dedicar tu vida a la Congregación.
Entre ellos fluyó una conversación donde ella le contó su historia y él la escuchó. Aquella mujer levantó en él una pasión desconocida, no solo era sexo lo que deseaba de ella, tal vez comenzaba un nuevo año con alguien a su lado, pero no de una noche...
Siguieron hablando, hasta que sus besos comenzaron a ser de una intensidad que necesitaban satisfacer.
Solo había un problema aquel cinturón impedía que tuvieran relaciones completas.
Él no sabía que ella guardaba la llave y esta no era otra que la cruz, se levantó, fue a por ella y abrió la cerradura, lo dejó lo más lejos posible, la entrelazó junto a él.
Sus manos eran hábiles, tenía que ser cuidadoso, aquella virgen dejaría de serlo en la fecha más bonita del año, el cierre de un año y comienzo de una nueva vida, una mujer.
Tenía que prepararla para ello, y así fue como sus dedos entraron en ella, haciendo que se abriera para él, sus gemidos eran cánticos, pues sabía que sería su dueño siempre, sus manos jugaban con sus pechos, su boca mordía con delicadeza esos pezones, duros como el diamante, su lengua bajaba por sus caderas haciéndo que estas se elevaran y se movieran a cada embestida de su mano.
Todavía tenía que tenerla más ardiente para no hacerla daño, sabía cómo hacerlo. Su boca bajó hasta su sexo y en él se detuvo, lamió sus labios, y ella abrió aún más sus piernas. Sus manos acariciaban su cabeza, haciendo que se hundiera más en ella. No sabía lo que venía después.
Cuando sintió su lengua en su clítoris, su grito fue tan intenso que aquel libro que yacía sobre la mesa calló, con sus páginas abiertas, justo con esa misma posición.
Los orgasmos iban y venían hasta que por fin era hora de que esa niña se convirtiera en mujer.
La poseyó de manera que ella pudiera verle la cara, quería ver su rostro, cómo se iluminaba, la sentó a horcajadas y lentamente la fue bajando hasta que su miembro erecto y cálido entró en esa cavidad, dándole respuesta de que él era el primero en entrar en su mundo de mujer.
Sus embestidas una vez pasado aquel obstáculo fueron creciendo, de manera que ella pudo disfrutar de su primera vez, jamás pensó que eso la fuera a ocurrir. Cuando ella se tocaba sentía placer, pero aquello era la maravilla del mundo.
La noche transcurrió entre conversaciones y placeres, que fue descubriendo poco a poco.
Aquel vampiro, todavía no lo sabía, sería su señor el resto de sus días.
Jamás volvió al convento, nunca supo más de sus progenitores.
Al día siguiente, la fiesta de fin de año se celebró en aquella mansión, su amo y su señor era el anfitrión.
Ella bajaría al salón a las doce en punto. Su invitación la encontró en la almohada, su carta esta vez era el lado oscuro.
Su traje ya no era el hábito, lo cambió por un traje de terciopelo negro que marcaba sus caderas de mujer, sus pechos resurgían en su plenitud y esa raja enseñaba que sus piernas habían gozado la tersura de su piel así lo decía.
Un baile de máscaras, en donde solo ellos sabían qué había ocurrido horas antes del acontecimiento.
Campirela_
martes, enero 30, 2024
El Baile por JP.Alexander III.
Baile de máscaras en el Salón 2023.
Les cuento que participo en el Baile Máscaras organizado por el blog El dulce susurro de las Palabras.
Esta es mi linda invitación
Mi relato será erótico y tendrá elementos de D/s. Esperó que sea de su agrado.
Atando Fantasías
Miré la hoja del teclado y estaba vacía. Me sentía abrumada. Las letras y la inspiración se pierden . Mientras observó por la ventana llover. A lo lejos el vecino ya prendió las luces de Navidad. De solo pensar en poner el árbol me da pereza.
La Navidad será en pocos días y no tengo ni ganas de comprar regalos o hacer algo especial. Y peor se me hace despedir el año. Tanta gente y ruido. ¡Ay dios soy una grinch! Me río de mi propia broma .
Vuelvo a escribir y no sé ordenar mis sentimientos y mis ideas mientras. Miró la temida hoja en blanco . Mi deseo de hacer una historia sobre un baile de fin de año, solo queda en deseo.
Tomó un poco de té frío y prístinos para tratar de inspirarme. Pongo el reproductor y busco música navideña con el mismo deseo. Sin lograr nada . La luz de la pantalla me iluminaba mientras la música de una canción a ritmo tropical sonaba.
Yo no olvido al año viejo
Porque me ha dejado cosas muy buenas
Yo no olvido al año viejo
Porque me ha dejado cosas muy buenas
Me dejó una chiva, una burra negra
Una yegua blanca y una buena suegra
Me dejó una chiva, una burra negra
Una yegua blanca y una buena suegra
Suspire iba a cambiar de música cuando el rugido de un león me asustó. La habitación en donde escribía y estaba casi a oscuras se iluminó cuando las ventanas se abrieron de par en par. Un hombre alto y fornido con el cabello dorado y ojos ámbar apareció en la habitación.
— No me esperabas. Tú me invocaste.
Lo miré sin saber qué decir. No tenía idea de cómo este ser llegó a su habitación desordenada. Ni siquiera me había visto en el espejo debía estar hecha un desastre.
— No lo estás
Sonreí
Él me miró y dijo — Ven a Bailar conmigo.
Al principio quería negarme, pero al ver sus ojos dorados no pude hacerlo. Ni bien toque su mano. Como por arte de magia mi ropa cambió y dejé de estar vestida con una sudadera azul y pantalones de chándal. Pase a estar vestida con un hermoso vestido violeta. Igual al que había visto en las películas. Entre en un salón enorme vacío iluminado por la luna y las estrellas. La música de un vals
Caminé junto a él y nos pusimos a bailar un vals.
Luego de unos minutos me pregunto
— ¿ Deseas seguir bailando o quieres jugar ?
Por un momento vacilé. Que clase de juegos desearía ese hombre tan atractivo y sensual. No sabía si todo era real o fruto de mi imaginación. Pero era casi fin de año y yo me lo había pasado siendo correcta.
Por qué no jugar por un momento algo peligroso y sensual, casi susurrando y a punto de arrepentirme. Dije — Deseo jugar.
Él me miró y sonrió de forma lobuna. Lo que me dio un poco de miedo. Y por un momento decidí no hacerlo. Pero ya era demasiado tarde. Di mi palabra.
Él me tomó de la barbilla y me dio un ligero beso en la boca. En la habitación tres pequeñas mesas de madera surgió cada una tenía una carta.
— Tu deseo más prohibido se encuentra en una de ellas. ¿Te atreves a tomarla?
Yo trague saliva.
— Si no estás segura . ¿Podemos volver a bailar?
No sabía que hacer mi vida siempre fue tan aburrida. No haría nada arriesgado ni que deseara realmente. Porque no hacerlo, Casi sin pensar y con miedo dije
—Sí. —La palabra salió escupida, pero carecía de cualquier tipo de convicción.
Él lo había notado. No se movió. No habló. Su intensa mirada dorada permaneció
enfocada en mi cara.
Mi mente era un revoltijo. No podía. No debería. Pero camine hacia las mesas y tome la segunda carta. La leí y casi me desmayé. Una participación real sería una locura. una estupidez y una imprudencia.
Pero lo deseaba. Que podía pasar más que disfrutar de algo diferente y que había deseado por mucho tiempo. Si quisiera aprender algo de BDSM, ¿qué mejor oportunidad tendría?
Sin embargo, él me tocaría. Lo deseaba desde el momento que vi sus ojos dorados mirarme. Sin perder la paciencia él me miró y preguntó de nuevo.
— ¿Juegas o bailas?
La diversión iluminó los ojos de él. Yo temblaba sin saber qué elegir. Asentí con la cabeza.
—Déjame oír un sí de ti.
—Sí juego—susurré.
—Buena chica. —Sus fuertes dedos la frotaron devolviendo el calor a la palma de mí
mano—. Esto es para ti. — me dio un collar violeta. Luego me dijo — Tengo pensado hacer un poquito de bondage. Vas a hacer un lindo regalo.
Volví a tragar con fuerza. Luego él miró el bello vestido violeta y lo rasgó. — Esto está de más. Dejándome solo en corsé violeta. —. Te dejaré la ropa puesta, pero podría moverla un poco.
Moví la cabeza asustada y excitada a la vez, Las palabras no podían salir.
—Y entonces usaré mis manos sobre ti. Pero nada más.
Sus palabras me excitaron más. Y me sonroje un poco avergonzada.
Él sonrió —Veo que te gusta la idea. —¿Cómo podía ser tan obvia? Pero él se anticipó a mi sensación de humillación apretándole los dedos y añadiendo—, A mí también me gusta la idea, gatita.
— Tu palabra de seguridad será violeta. ¿De acuerdo?
Susurrando dije — sí.
Me tomó de la mano. Paseó la mirada por mi cuerpo, desde mis pechos, que parecían deplorablemente expuestos por el ceñido corpiño de encaje, hasta la parte superior de sus muslos.
— Eres muy hermosa.
Sonreí de forma tonta. Sin creérmelo. Él deslizó los dedos detrás de
su cuello y me agarró de mi cabello , impidiendo mi instintiva retirada.
—Escucha, eres hermosa y todos lo verán. Eres el mejor regalo.
Antes que pudiera decir algo me puso en una mesa y me hizo pararme. Mis rodillas temblaban. Estaba entre asustada y con frío.
Él se acercó y envolvió una cuerda de seda violeta en mi brazo. —Pasó un dedo sobre mis labios—. Las cuerdas no deberían provocar dolor, gatita.
Mientras me observaba fijamente y me tocaba, Bajando una mano por mi brazo desnudo. A través de la parte baja de mi espalda. Moviéndome el cabello para dejarlo caer. Acariciándome la columna vertebral, como si evaluara mis vértebras. Sus dedos le masajearon el hombro izquierdo, después el derecho.
Su mano era cálida y áspera. Firme.
—Eres una mujer hermosa. — Volvió a decir mientras abría el corsé. Deseaba moverme; pero no quería defraudarlo así que me quedé atrapada en sus ojos dorados.
Envolvió la soga detrás de su cuello, dejando los extremos colgando por delante.
Lentamente, pero sin titubear, comenzó a trenzar la soga a su alrededor, por encima y por debajo de sus pechos. Con el primer nudo, me tensó. Él se detuvo. Mantuvo la mirada firme sobre mí. Sin revelar irritación o impaciencia. —Nos detendremos si lo necesitas, pero puedes confiar en mí, gatita —dijo suavemente.
—Lo sé.
El reconocimiento en su mirada decía que sabía que le estaba ofreciendo un regalo.
—Gracias, dulzura.
Sentía leves tirones a medida que Él creaba una serie de patrones diamantinos que bajaban por el centro de mi cuerpo. Esto era placentero. Bajo la leve abrasión de las sogas y los seguros movimientos de las manos de él. Me sentía segura.
Me asió por la parte superior de sus brazos
—. Te quiero en el suelo ahora.
Quise obedecerlo, pero perdí el equilibrio. Mientras yo me perdía en el movimiento de sus manos sobre mi cuerpo me había atado los brazos. Incline la cabeza para examinarme y vi mi brazo izquierdo cubierto de un cautivador enrejado partiendo de la muñeca hasta el codo, como una cubierta tejida, todo unido a las sogas violetas que decoraban mi torso.
Quise moverme y al no poder escapar me puse nerviosa. Una fuerte mano tocó mi hombro .
—Cálmate, gatita, tranquila. Mírame ahora.
Respire hondo y me tranquilice al sentir que me tocaba la mejilla y miraba a sus grandes ojos ámbar. Él me dijo—Toma aire lentamente, nena. Otra vez. —Su voz se oía calmada y suave, como el retumbar de un trueno a la distancia.
Inhalé fuerte.
— Tú deseabas esto. Bien. Sabías que esto era lo que iba a ocurrir. No es esto lo que te da miedo.
Él tenía razón. Al estar tan cerca de él sentí su aroma cuero.
No esperaba que me besara en los labios. Quitándome los miedos y deseando más. Me preguntaba cómo sería sentir su sabor.
Me ayudó a doblar las rodillas, me levanto en brazos para luego acostarme sobre una alfombra blanca.
—Te ves preciosa con las cuerdas. Me dijo mientras sonreía y hacía que mi corazón latiera más fuerte.
Pensé que todo terminaría pero no el saco otra soga de color blanco
—¿Más?
—Sería un desperdicio dejar la mitad de tu cuerpo sin decoración. —Con dedos
competentes, creó un sorprendente trabajo con las cuerdas formando nudos que bajaban por mi pierna izquierda. Entonces me levantó la rodilla y aseguró su tobillo a la cuerda violeta alrededor de mis caderas. Repitió el proceso con mi pierna derecha.
Acostada sobre su espalda, las rodillas dobladas, los pies ampliamente separados. La provocativa postura parecía como si estuviera esperando a que un hombre se acoplara encima de mí. Otro sofoco me recorrió mi piel. Menos mal que todavía llevaba algo de ropa.
Examinó su trabajo. Una sonrisa maquiavélica cubrió su rostro. De un tirón quito lo que cubría mis pechos.
Me sentí avergonzada y al mismo tiempo deseable, era algo raro sentir dos cosas opuestas.
Él acarició el largo de la soga que le cubría el pecho. Mis senos se hincharon, y los pezones se fruncieron formando puntas con el aire frío. El dedo del hombre nunca se detuvo mientras seguía las sogas por encima de mis pechos desnudos y entonces debajo.
Él se humedece la punta del dedo y rodeó mi pezón, la fría humedad lo hizo
endurecerse aún más. Sentí que mi cuerpo se electrificó ante su toque en especial entre las piernas.
Él se estiró a su lado, sosteniéndose sobre un codo. Con la mano libre moldeaba
suavemente su pecho derecho mientras con la uña del pulgar raspaba sobre el pezón.
Jadeé ante su toque. Sintiendo que el deseo me invadía.
—Hermosa. —Se inclinó y con la nariz me acarició mi mejilla, su barba suave en contra de mi piel. Luego sentí como me beso y me rendí a su caricia.
La mano de él continuaba acariciándole el pecho. Mi cuerpo anhelaba más. Pero no podía moverme. Él podía hacer cualquier cosa y ese pensamiento me excitaba y preocupaba. Decidí confiar en él. Sus caricias me hicieron gemir de nuevo. Él sonrió encantado por mi reacción
Las arruguitas en las comisuras de sus ojos se fruncieron y entonces continuó.
Cuando la punta del dedo me rozó el clítoris, mis caderas se sacudieron con fuerza.
—Ahí.
Uno de los lados de su boca se ladeó hacia arriba.
Sin advertencias, me acarició justo por encima del clítoris, con sus dedos resbaladizos, calientes y firmes.
Grite de placer Su dedo la provocó, subiendo y haciendo círculos alrededor del cada vez más hinchado y sensible sobre mi nudo. Como si tuviera
todo el tiempo del mundo. Él jugaba con círculos y golpecitos, firmes roces,
ligeras caricias.
Cada toque me llenaba de placer hasta la necesidad de lograr un orgasmo,
Entonces él apartó la mano.
Mi queja de protesta lo hizo sonreír.
—Pronto, gatita. Primero, averigüemos cómo te sientes en relación con el dolor.
Me tensé y quise salir huyendo, pero no podía moverme.
—No te preocupes, —le dijo con un bufido de risa—. No te haré daño. Y si algo no te gusta dices tu palabra y todo cesará. No soy un sádico.
Su mano me acarició subiendo por mi estómago, palmeando un pecho, y entonces le dio un tirón a mi pezón. Era algo raro, no podía dejar de sentirme excitada. Después de jugar con ambos pezones, hizo rodar uno entre sus dedos.
Santo cielo, la sensación era intensa. Sus dedos eran calientes y ásperos, creando una presión desconcertantemente placentera. Cerré los ojos cuando arqueé la espalda hacia arriba.
—Mírame.
Medio aturdida por la sensación, abrí los ojos.
Él me miró mientras me pellizcaba fuerte. El abrumador placer comenzó gradualmente a convertirse en dolor. Y de repente sentí un orgasmo mientras mis piernas temblaban Todo dentro de mí se derritió. El sudor brotó sobre mi piel mientras sus piernas temblaban.
—Genial —dijo suavemente—. Eres divertida para jugar. —Liberó mi pezón y en
el mismo momento en que la sangre volvió a fluir con una oleada de calor, cambió su atención al otro. Placer, dolor. Antes de que pudiera recuperarme, él bajó la cabeza. Arrastró la lengua por encima de mis senos antes de chuparle un pezón. Mientras sus dedos atraparon mi clítoris. Un ligero pellizco allí me hizo desear más y sacudir mis caderas.
Él acarició mi clítoris, trabajando un lado, y el otro. Me sentí abrumada por cada toque. Entonces el inexorable orgasmo me liberó y me siento caer en un abismo sin fin.
Cuando abro los ojos. Estoy en mi habitación sentada en el suelo con la luz apagada. Me pregunto ¿Esto fue un sueño, una fantasía o algo real?
Suspiré y me puse a escribir.
© JP. Alexander