Lo que ocurre en La Habitación Violeta se queda en La Habitación Violeta. Esa era la primera regla. La segunda: olvidarse de todas las convenciones sociales, permitir que afloren los deseos más profundos y dejarse llevar por el placer.
Por eso cuando la chica entró en aquella habitación, dejó escapar un suspiro y el corazón se le aceleró. Al grueso collar de cuero que mostraba alrededor del cuello estaba enganchada una correa en forma de cadena, cuyo extremo sostenía su pareja.
—Sigue andando. —Tiró suavemente de ella hasta situarla en el centro de la habitación. Luego le ordenó con voz baja y profunda—: Quieta.
Y fue a cerrar la puerta.
Ella estaba completamente desnuda, pero no sentía frío. En cambio, él aún llevaba puestos sus pantalones grises de deporte. Se acercó de nuevo a ella y le desenganchó la cadena. Los eslabones rozaron momentáneamente sus pechos, haciéndola estremecer, y una sonrisa se dibujó en los labios de él. Se dedicó a acariciar su piel con el metal, sin pausa pero sin prisa, disfrutando de sus gemidos quedos.
—¿Te gusta, perra?
Asintió rápidamente con la cabeza. Sin embargo, él la agarró la trenza y siseó:
—Respóndeme con palabras.
Gracias a su altura su rostro quedaba muy por encima del de ella, así que se inclinó hacia delante hasta que sus bocas casi se rozaron.
—S-sí —murmuró, excitada—. Me gusta mucho, Amo.
—Buena chica...
La besó profundamente, apretándola contra él. Su torso desnudo ardía, sus músculos en tensión, y ella deseó con toda su alma que la follase en aquel mismo momento. Sin embargo, él tenía otros planes.
A los pocos segundos él se separó, relamiéndose. Enrolló la cadena sobre una de las mesitas y extrajo del cajón una mordaza de bola morada.
—Abre la boca. —Le colocó la mordaza y seguidamente le acarició los labios con la punta de los dedos; le encantaba esa imagen—. Ahora, túmbate bocarriba en la cama y levanta las piernas, las rodillas contra el pecho.
Por supuesto, ella obedeció. El colchón se hundió un poco cuando él se apoyó para atarle unos grilletes a los tobillos. Estos estaban unidos a un pequeño arnés que a su vez se unía a otros grilletes para las muñecas, de modo que finalmente las manos quedaban afianzadas contra las pantorrillas. Aquella postura exhibía completamente la parte interna de sus muslos, su culo y su sexo.
—¿Ya estás mojada? —Deslizó un dedo, haciéndola ahogar otro gemido—. Pareces una perra en celo... ¿Sabes lo que se les hace a las perras en celo que interrumpen a su Amo cuando está haciendo deporte?
Alcanzó un flogger de cuero y lo hizo latiguear repetidamente en el aire.
Ella aguantó la respiración, esperando sentirlo en cualquier momento. El primer azote apenas lo notó, pero igualmente dio un brinco en la cama. Luego llegó el segundo, el tercero, el cuarto... Y la piel comenzó a calentarse y enrojecerse.
—Recuerda: si es demasiado chasquea los dedos dos veces.
¿Demasiado? Lo que pasaba era que se sentía demasiado bien.
Los golpes fueron ganando intensidad hasta que comenzó a sentir dolor de verdad. Los gritos de la chica quedaban amortiguados por la mordaza y las lágrimas desbordaron por las comisuras de sus ojos. De vez en cuando las cintas alcanzaban su sexo, provocando que descargas de placer ametrallasen su cuerpo, y el orgasmo comenzó a acumularse en su vientre.
—Ni se te ocurra correrte sin mi permiso, eh.
A modo de aviso, el chico descargó un azote contra las palmas de sus pies, que apuntaban hacia el techo. Ella casi perdió la postura al retorcerse e intentar escapar, pero aun así no chasqueó los dedos. Luego el flogger continuó castigando su culo y sus muslos.
—Como veo que lo estás disfrutando demasiado vamos a pasar a algo más intenso.
De otro de los cajones extrajo un cilindro morado y un mechero. Clic. Con la llama encendió el cirio que se encontraba en el extremo y la cera de baja temperatura comenzó a derretirse. La chica dejó escapar un gritito cuando lo vio aproximarse.
—Ya sabes lo mucho que me gusta el color violeta sobre ti.
Las gotas cayeron sobre ella como una lluvia implacable. Golpeaban su piel sensible, candentes, se deslizaban unos pocos centímetros y entonces se solidificaban rápidamente por el contraste de temperatura. La sensación era brutal. La chica abría y cerraba las manos y sus piernas temblaban, en parte por el cansancio, en parte por el dolor y el placer. Gimoteaba quedamente... El chico suspiró. Uf, la imagen le estaba volviendo loco. Desde hacía rato su erección se marcaba en sus pantalones, palpitando, casi doliendo. Pero aún podía esperar un poco más.
Acercó y alejó la vela para jugar con la temperatura de la cera; solo le faltaba cubrir una parte de su piel. Cuando la chica sintió el impacto de las gotas sobre sus labios, hinchados y húmedos, se quedó sorprendentemente quieta y soltó el aire con fuerza. Las gotas se aproximaron a su clítoris y ella puso los ojos en blanco por el gusto.
—¿Quieres esto? ¿Quieres que te corra así? No sé, no sé... ¿Has aprendido la lección, amor? —Intentó decir que sí, desesperada, pero la mordaza se lo impidió. Él se rió suavemente—. De acuerdo.
Mientras que con la mano izquierda mantenía la vela en una posición fija, con la otra mano comenzó a masturbarla, trazando círculos con el pulgar de modo que cada vez que cayera una gota y se solidificase, la despegaba con facilidad. Estaba tan empapada por su excitación que su dedo prácticamente resbalaba.
—Venga, córrete para mí...
Fue como si la orden activase un interruptor y, al instante, el orgasmo la sacudió entera, como un relámpago que alcanza un árbol.
—Tsss, tsss, buena chica...
Apagó la vela y la depositó sobre la mesilla. Con un rápido movimiento se quitó los pantalones, quedando completamente desnudo. Se subió a la cama y orientó su polla hacia la entrada de su coño. En cuanto entró la punta, colocó las manos en sus corvas y empujó hacia delante mientras la penetraba. Ella gritó de placer y consiguió apoyar las manos en su torso. Él la folló con fuerza, tal y como les gustaba, y ella no tardó en correrse de nuevo, mojándoles enteros. Varias embestidas después, él se corrió también, vertiéndose dentro.
—¡Ahg!
Dejó caer su peso momentáneamente sobre ella, y ella sintió contra las paredes de su vagina los espasmos de su polla; adoraba esa sensación.
Cuando se recuperó de la pequeña muerte, salió de su coño y parte de la corrida brotó también, mezclándose con la cera de color morado.
—No te creas que hemos terminado...
Le hizo darse la vuelta de modo que su cara quedó contra las sábanas. Sus pechos y sus rodillas quedaron apoyados contra el colchón, los brazos extendidos a cada lado porque las muñecas seguían sujetas a los tobillos, y el culo en pompa. La erección de él apenas había bajado aún después de correrse, así que no le costó penetrarla de nuevo. Aferró su trenza para que levantase un poco la cabeza.
—Me debes la sesión de cardio de hoy.
Y así siguió follándola, hora tras hora, orgasmo tras orgasmo.