No era una monja, ni comulgaba con religiones, era una enfermera acostumbrada a lidiar con jeringuillas, tijeras, escalpelos, sin embargo en la intimidad de su cuerpo parecía residir el mismo averno.
Él a veces chofer, otras detective, tantas cosas más, finalmente había encontrado su vocación, pero a la vez, también la perdición en ella.
Se conocieron en clases de latín antiguo y desde entonces, cada encuentro furtivo se asemejaba a un rito.
"Fac me tibi" le decía incitándolo, mientras él la ataba firme con las cuerdas que la extendían de extremo a extremo. Así sentía que ardía crucificada, agitándose casi como una bruja poseída. Arqueaba su espalda, cuando lo sentía hundirse profundo y arrebatarle como una necesidad cada gemido. " Demisit mea daemones ". Gemidos que eran un látigo en los oídos de quien los provocaba.
Él olvidaba sus votos, empapado de sudor, persistente, solo quería sentir el infierno dentro de ella y se quemaba de la misma manera tocado por sus llamas. " Fiat voluntas tua ".
Y como una señal de liberación, de sus labios color fresa brotaba en un orgasmo la confesión; "he pecado..." Él, jadeante, desmoronándose sobre ella replicaba casi sin aliento: "Peccavimus".
© Dulce