Abrir puertas supone descubrir nuevas experiencias y en este caso también, probar nuevas formas de placer. Y al momento de jugar, hay que apostarlo todo. Maia protagoniza la octava sesión.
Mi gratitud Maia por cruzar la puerta de La Habitación Violeta.
Besos dulces.
PUERTAS.
Es medianoche y sigo despierta, mis ojos cansados poco distinguen la belleza de las letras y por esa razón me levanto y camino con desdén, voy buscando sin buscar hasta dar con un espacio íntimo y acogedor que me invita a abrir la puerta. Me deslizo sutil a su interior, todo es antiguo al amparo de las luces violetas, tenues. Llevo un abrigo y debajo un vestido negro que juega con ellas, me desprendo del abrigo, nadie hay para recibirme.
Observo todo con atención, un aroma dulce me indica el sendero a seguir, voy dejando a los costados puertas sin abrir, muy al fondo encuentro una, tiene una característica peculiar, diferente a todas las demás, no tiene pestillo o algo que puede permitirme el acceso, aun así, no desisto en penetrarla. Conforme me acerco, la puerta cede y se abre con lentitud.
Al fondo, en penumbras, un hombre de traje oscuro está de pie, distraído, con mirada lasciva y apariencia inmutable. Se ha aflojado el nudo de la corbata y ha abierto el primer botón de su camisa blanca, dejando al descubierto un poco de piel que corre hacia su cuello.
Me gusta el roce en su mejilla, recorriéndola hasta el otro lado, en tanto mi mano recorre su torso introduciéndose por debajo de la camisa, luego la espalda. La complicidad se siente en las miradas y en el calor que mana durante un beso largo y profundo explorando todo su interior.
Sentada sobre una de sus piernas, mi vestido negro con abertura en la pierna le abre a Él una puerta. Mi ropa interior no le opone resistencia. Tampoco yo.
Si pusiera su mano en mi corazón se daría cuenta de que estoy corriendo una maratón al pensar en seducirlo y dejarme hacer.
© Maia