domingo, febrero 12, 2023

El Baile por Myriam I.

Como sultana de un cuento
asistió al más dulce Baile,
tras mil y una aventuras
pudo encontrar la llave
y a su magnífico sultán.

© DUlCE -


Muchas gracias Myriam.
Besos dulces.



El Baile de máscaras anual de Dulce y la búsqueda de la llave

 

Había llegado casi con retraso a la invitación anual al Baile de máscaras de Dulce, pero llegué al fin. (Muchas gracias, Dulce, es un placer estar aquí). Bien dicen que "más vale tarde que nunca". Debo aclarar que mi retraso no fue por culpa de un coma insulínico ni porque me gané la  lotería del Niño, del Gordo o del Feo. Me demoré simple y llanamente porque tuve que inventar una máscara biométrica y supertónica que se adhiriera a mis anteojos, que por tener un marcado astigmatismo y además hipermetropía y presbicia, sin ellos no veo "un pomo a la vela" y no podría encontrar ninguna llave, tal como le pasó a mi querida amiga TRACY.  

Mi disfraz era muy elaborado, había trabajado en él como proyecto final en el curso de Corte y Confección que había tomado en línea durante los dos años que duró la pandemia, con la idea de abrir mi propio negocio "Confecciones La Aurora y las Mil y una Prendas". Me había sacado la calificación más alta, por lo que me sentía orgullosa y creía poder competir con los modistos de renombre sin contar con el sádico misógeno de Niklas Lager, a quien detesto viceralmente y considero un soberano imbécil de mal gusto, además. 

Mi traje era de Sultana del Imperio Otomano, hecho con  las mejores sedas chinas en tonos verdes esmeralda y tules cuajados de perlas y piedras preciosas.  Las pulseras de oro y piedras engastadas tintineaban al caminar y el collar que hacía juego, brillaba empedrado en mi pecho. Había soñado con ser Hurrem, la esclava rusa emancipada y esposa legal del Sultán  Suleimán "El magnífico". Tan apuesto, él; tan guapo, tan sexi, tan digno. Supuse que lo hallaría en el baile. Estaba segura.  El sultán me  había prometido que iría.  

El anfitrión, Marqués Dulce del Toboso, me recibió con una gran sonrisa y abrazo y su mayordomo me condujo con solemnidad al salón. Allí me encontré con Tracy Correcaminos, Caperucita Roja, la Bella durmiente del Bosque bien despierta, Blancanieves con bronceado caribeño, La fierecilla domada, La novicia rebelde en minifalda, Sor Juana Inès de la Cruz, la Bruja Morgana, El Capitán Alatriste, Aladino, el Mio Cid, Don Quijote y Sancho Panza, Los Piratas del Caribe, el Pato Donald y los 7 enanitos, ¡ah! y Dumbo, el elefante volador. 

Ni rastro de Suleiman. Mi decepción era enorme pero lo disimulé bien por educación, no en vano había sido educada por los Condes de Chateau Vieux. La orquesta en vivo tocaba en ese momento un paso Doble. Me chiflan, los pasos dobles, la verdad sea dicha. Apareció de la nada  el Zorro y me sacó a bailar. Luego el Hombre Araña me invitó a  bailar el baile de la tarántula y no pude resistirme. Más tarde Gardel me invitó a un tango "Mi buenos Aires querido" y se me saltaron las lágrimas, no pude negarme. Cuando terminamos  quise reponerme un poco, necesitaba tomar aire y algo fresco. Dulce me acercó un "destornillador" con mucho hielo. Me lo bebí en un plis plás, entonces me recordó lo de la llave - ¿La buscarás? Me preguntó ilusionado. Cada uno de los invitados busca la suya. 

Afirmé con un gesto rotundo y una sonrisa de par en par. Sin tardanza, la comencé a buscar.

Nada por aquí, nada por allá. Una vuelta más. ¿Suleiman vendrá? La llave no aparece. La casa es grande, hay muchos recovecos. 

- Llave, llavecita ¿Dónde  estás?

Nada por aquí, nada por allá.
De pronto viene Tom, el gato y maúlla en singalés. No le entiendo, miro suplicante a Jerry, el tiempo apremia, el ratón me lo traduce al japonés.  Y el "Google translate" al español. 

Voy a donde Tom y Yerry me indicaron y encuentro una llave que me lleva a una habitación secreta.  La abro y entro en ella. Está muy oscuro. Tratando de encender la luz, me tropiezo y caigo cerca de un mueble, sin querer queriendo, muevo una manecilla y se abre una trampilla. Me asomo y veo una escalera descendente. Tomo un candelabro y enciendo las  velas. Comienzo a descender. Mi ♥ palpita con fuerza. Mi respiración se acelera, transpiro, pero sigo bajando. Cuando llego a la base, inspecciono el lugar. En la pequeña cámara hay un pasadizo, me dirijo a él sin saber a dónde me llevará. El aire se hace denso, tengo miedo. Corro. La salida está cerca. Trato de llegar a ella. No tengo conciencia del tiempo transcurrido. Abro la puerta al final del túnel, ya puedo calmarme. Y ahí lo veo erguido y majestuoso: Estoy en el Palacio Topkapi. Reconozco el Jardin de los naranjos que conduce a los aposentos internos del Harén. La guardia del Sultán patrulla. Camino ligero y decidida. Me encuentro con Aisha, mi esclava de compañía, y el eunuco Sheker Aga que, aliviados, me siguen. 

- Mi sultana ¿Dónde ha estado? Su Majestad, el Sultán, la mandó llamar. La estábamos buscando. 

Hoy, al menos, sus cabezas no rodarían.




Contribución a la convocatoria del Baile de máscaras anual   de Dulce desde su blog "El dulce susurro  de las palabras" y la búsqueda de una llave. 
 
 
 



 
Imágenes de la serie histórica Turca Muhteşem Yüzyıl/Magnificent Century/El Sultán.  Meryem Uzerli en el papel de Hurrem y Halit Ergenç en el del Sultán Suleimán "El Magnífico"

© Myriam

sábado, febrero 11, 2023

El Baile por Verónica I.

Robándole tiempo a la madrugada
asistió a su primera vez en el Salón
su llave le concedió lo más secreto,
lo prometido, dos piezas
de un mismo baile al unísono.

© DUlCE -


Muchas gracias Verito.
Besos dulces.


El baile

Doctora, le han dejado paciente, el del 204 no puede miccionar y requiere una sonda, es un hombre mayor, de 62 años; y el doctor de la guardia anterior no quiso atenderlo.

¡Vamos!, me escucho decir, no sin antes recordar las treinta horas continuas que llevo de guardia y de paso a la madre que parió al doctor anterior que no hizo su trabajo, ¡valiente salida y entrada de año!. Reviso el expediente para ponerme al día. Don Ángel, cómo se siente

Mal, no he podido orinar desde ayer en la noche; y ya es otra vez de noche.

No se preocupe, le colocaremos una sonda para ayudarlo mientras nos llegan sus resultados, va a tener que descubrirse, Don Ángel lo hace.

No se crea, doctora, así como lo ve de arrugadito todavía funciona y me lanza una mirada libidinosa que me incomoda, e insiste en su argumento de su tamaño y vejez. Si yo le contara, este amigo era un roble, frondoso y rebosante

 Haciendo oídos sordos le informo, Don Ángel, esto puede doler

A mi roble nada le duele, pero tenga cuidado al tocarlo, porque es muy coscolino.

Introduzco la sonda sin muchos miramientos, observo en su rostro la sonrisa desvanecida y veo aparecer una mueca de incomodidad, mientras pienso y vuelvo a recordar al anterior doctor.

¿Dolió?

Con una voz salida desde muy hondo articuló algo ininteligible que fue reforzado con un movimiento en negativa de cabeza.

Un líquido concentrado se dejó fluir y Don Ángel empezó a hacer ruiditos extraños, luego de un momento, su cuerpo empezó a relajarse. 

La una y treinta de la madrugada... llega el relevo que me cubrirá por unas horas.

Corro al estacionamiento, en el trayecto, no hago caso al frío demoledor que penetra hasta las entrañas, voy despojando mi cuerpo de su abrigo hasta quedar solo con el quirúrgico, empujo todo al asiento trasero, incluidos los zapatos que ahí, estando de pie, me he sacado.

Detrás del volante voy sacando el resto de las prendas y en un embotellamiento me pongo el vestido, tomo un momento para observarlo, sí, definitivamente, es un vestido fucsia hermoso, el claxon de un desesperado me saca del embeleso y avanzo.

En este castillo de ensueño, entre sus paredes frías camino decidida; y en cada paso con esos tacones que parecen clavos ardientes en mis pies henchidos y doloridos, recuerdo los malabares que tuve que hacer para llegar a (des)tiempo a tu guarida.

Se escucha música resquebrajando las paredes, llenando el ambiente con las cálidas notas, conforme avanzo, una panorámica oscura va engullendo la luz, es como entrar en un túnel, o estar perdida en lo más profundo de la noche, ligeros tonos violeta se degradan, ensombreciendo aún más el recinto.

¡La llave...! me escucho (mal)decir. Aspiro hondo y retengo, resistiéndome a dejarlo salir y así me quedo hasta lo último, al darme vuelta para regresar sobre mis huellas, veo tu rostro sereno y a punto de romperme me dejo caer en tus brazos.

¡Tranquila!; ya estás aquí, anda, busca en la bolsa del pantalón, tengo tu llave secreta

Al abrir la puerta secreta, el sonido de una música avernocelestial se deja sentir, escucho tu voz, como susurro profundo

Te prometí dos bailes al llegar, me dice; y en ese momento envuelve mi cuerpo en su cuerpo, me siento volar... en ese momento me doy cuenta

¡Diantres!, olvidé sacarme el pantalón...

Y mientras, continúa la música


Gracias por la invitación a tu baile, Dulcito

© Verónica

jueves, febrero 09, 2023

El Baile por JP.Alexander II.

El romance renació
cuando ella al Castillo llegó
con brío de intensa pasión,
fue la última llave
la que abrió la puerta del amor.

© DUlCE -


Muchas gracias Citu.
Besos dulces.



La última llave.

 Hola, ¿Cómo están? Sé  que esperaban un nuevo  fragmento  de mi novela. Les prometo que le próximo viernes así será.  Sin  embargo,  hoy les traigo  un  relato muy  especial ,  que  me encantó escribirlo.

 Antes que nada  deseo  dar  las  gracias a  León del blog El dulce susurro de las las palabras de por la invitación  a  su mágico  baile  de fin de año. 


Aquí les  muestro mi  invitación. 

Por motivos  de salud,  recién pude publicar  en esta  fecha.  Pero aun  la Navidad  no se ha  terminado. Todavía  estamos  en reyes  y  la magia  perdura. 


La  Última  llave



Hace  muchos  años,  cuando  los humanos  compartían   las  tierras  con  elfos,  hadas  y  dragones. Hay una leyenda  que  no es  muy  conocida.  Un  príncipe elfo  se  enamoró  de una joven humana. A pesar  de que elfos  y humanos  eran enemigos. Ellos  se  iban  a  casar   el solsticio de invierno  la época  más  mágica  del año. Ella murió  a manos  del rey  de  los  dragones de fuego   que desconfiaba  de los humanos. 

La noche  del 23  de diciembre  la pequeña hija  del rey  dragón  se perdió.  en medio  de la montaña  helada.  El príncipe a pesar   de su dolor al  ver en peligro a esa pequeña  dragona  no pudo  matarla  y  así  vengarse  de su padre. Él pensaba  que la muerte  de un inocente  no arreglaría  nada. Solo incrementa el odio y  por el recuerdo de su amada ayudó a la pequeña  cría. 

Como  agradecimiento la  pequeña  dragona  al ver su dolor    le  predijo que  su amada  renacerá y que si  él lograba que se  enamore de él nuevamente, ellos se quedarían juntos por  siempre. Para lograr  ese propósito  le  dio  7  llaves. El príncipe  desolado se refugió  en su  castillo.  en  el que por  su  dolor  siempre   nieva

 Solo en la  víspera de Navidad El príncipe  todos los años  se llevaba   a  las  doncellas que podían  ver su castillo  durante  15  días.  Prometiéndoles  una  llave que  concedería  todos  sus deseos. A pesar  de  que  pasaron muchos  años,  más de los   que podía contar  el príncipe  nunca  perdió la  fe que  algún día  iba a  encontrar a  su dulce  amada. 

María  caminaba  en medio de las estrechas  calles  del Quito colonial. A pesar  del frío  que  provocaba  la lluvia tenía más  frío en su corazón  .  Era  su  primera Navidad  sin su madre.  Apenas  tenía amigos  y mucho  menos   un  amor. 

Había  vendedores ambulantes  que intentaban trabajar  y conseguir una  venta   aunque  lloviera. La  gente  caminaba con prisas  realizando las  últimas compras navideñas. 

Ella miró   al horizonte  esperando  ver  al  Guagua  Pichincha  cubierto de nubes.  En lugar   de eso  observó  un castillo cubierto de  nieve  en  medio   del  volcán Se  frotó los  ojos, pensando que  desvariaba.   Pero el castillo seguía   y lo peor  es que empezó  a  nevar. 

Ella  se puso a  temblar mientras alargaba  la mano  para tomar   un  copo de nieve.  Las  personas a su alrededor  parecía  no  darse  cuenta  que  nevaba. Fue  cuando  un  hombre extraño  vestido  de negro  se  le acercó llamándola  por  su nombre. 

— María.

Ella lo miró confundida y le preguntó  —¿Quién es  usted?

— Soy  León,  el príncipe  de  las nieves.  He  venido a llevarte conmigo. 

María pensó  al principio que ese  enorme  hombre  era  un ladrón.  Ahora creía que era  un  lunático.  A  pesar de que   su   cerebro le decía que  salga corriendo no  se  marchó.  

Había algo intrigante  en ese hombre  de   rostro cincelado, cabellos  dorados  y   grandes  ojos  azules tan tristes  que  llegaban  al alma de  María.

—  No,  iré  a ninguna  parte. 

Él la miró  examinado  su  cabello negro, su rostro  redondo y  tez  morena. María no era  una  mujer  que  despierte pasiones. Pero había algo en sus ojos  negros  que tocó  el alma  del príncipe  —. Te  podría conceder  todo lo que  deseas. 

Ella pensó que en  cualquier momento  iba  a  ser  asaltada.

— Déjeme  ir,  me esperan. 

—  Eso, es  una mentira. 

María quiso golpearle, en su lugar  se  volteó para  marcharse. 

—  Espera,  por  favor.  

María   no se marchó.  Algo en su voz,  le enterneció. 

—  Solo serán  15  días y  podrás obtener   un deseo. 

Ella  empezó a  temblar  con la  nieve.

— Ven,  te prometo que no te haré daño.  Pero si sigues  aquí, te congelaras.  

Ella  observó  a su alrededor  y solo  ella percibía al  extraño  hombre  y la  nieve alrededor. A  pesar   de  que  creyó  que era  una mala idea  siguió al hombre  hasta  un   bello  carruaje  de  cristal.  Parecía que ella entró en un cuento  de hadas. 

En el carruaje  él le contó  que  si ella   encontraba  la estrella  del nacimiento de  Cristo .  Podía  pedir  una  de las  7  llaves  cada una  contenía un tesoro  que le concedería  su  más preciado  deseo. A  cambio  debía estar en su compañía por lo menos  una hora  de los  15  días  que se  quedaría  en su castillo. 

María  no podía  creer  cuando llegó al castillo en medio de la montaña. Era  tan hermoso  y majestuoso.  El príncipe le explicó antes de  que ella  aceptara irse con él.  Que si ella no encontraba la estrella  se  quedaría por  7  navidades más.  Y  volvería al  mundo  humano  renaciendo. 

O  si ella  lo  deseaba  se quedaría  en   ese mundo.  Observó  gran cantidad  de mujeres  con sus  familias   en  ese lugar.  El  castillo  lucía   grandes  adornos  navideños  y   todo  era mágico.  



María  decidió que  si no encontraba  la llave  se quedaría  en ese  hermoso lugar.  Disfrutaba  de  los  grandes  bosques  y sobre  todo  de estar  junto  a  León, el príncipe  de las nieves.

Sus  días   eran  emocionantes  y nuevos  en especial en su  compañía. Aun  podía  recordar    cuando  en  la  cena  por  accidente sus manos   se  rozaban  y ella  sentía  un  con  un  toque  electricidad    golpeaba  su cuerpo en especial  su vientre. 

La  noche  de Navidad,  hubo una gran fiesta, pero el  príncipe  no acudió a la  cena .  Una  de las  mujeres  le contó  que  él se quedaba    en  el invernadero recordando  tiempos   más  felices.   Ella  lo encontró  mirando las rosas.

— ¿Qué  estás  haciendo  aquí?

—  Vine  a acompañarte, pero si prefieres me  retiro.

León  le  miró con sus tristes  y  bellos ojos azules antes  de responder quédate.  Esa  noche hablaron  de sus pérdidas  y de sus  sueños.  Hasta  que  oyeron a lo lejos  un vals   y  él   bailó junto a ella   a luz  de la  luna. 

Cuando  la música  terminó   los  dos se miraron  con deseo y miedo.  Se  acercaron tímidamente  y  se  besaron. Hubiera pasado más pero uno  de  los aldeanos llegó y  María huyó   de la escena. 

Los días  siguieron. Ninguno habló del incidente  y ninguno lo olvidó.  El  baile  de  fin de  año  era muy  apetecido.  María   deseaba estar nuevamente  en los  brazos  de  su príncipe. 

Esa  noche   el príncipe  de las nieves  no llegó  al baile.  María    se sentía muy  triste  y pensó que  él no  vendría  .  Pero a  la medianoche llegó  León  y  se acercó  a  bailar con ella. 

 No  existía  nadie  más  que ellos  o eso  creían .  Pero  cuando  llegaron  las  campanadas   de  medianoche. Y  se iban a  volver a   besar para  celebrar el nuevo año y que  estaba  juntos  juntos.  Un enorme dragón negro apareció y quiso atacar a María, pero el príncipe se interpuso siendo  herido.

 Cuando el dragón iba a terminar  con  ellos.  Una pequeña dragona  blanca se interpuso

—  No lo hagas  padre.  Ya  basta de odio y guerra.  Él me  salvó cuando pudo  haberme matado.  El dragón rugió, pero se  marchó.

Mientras  el pobre  príncipe  de las nieves agonizaba.  Por más que vinieron  grandes curadores y hadas.  No  podían  salvar al príncipe .  Si seguía así  moriría  el 5  de  enero.  Fue  cuando  a María  se le ocurrió  que podía  haber una  forma de  salvarlo  y era  que ella  pudiera pedir  su deseo.  

Pero  por  más que  buscaba  no encontraba la estrella. Llorando   fue  al invernadero  en donde  una  vez el príncipe le  besó.  Fue  cuando observó  a la  estrella  y le  pidió  que  salvara a su amor.  No importara lo que pasará  después.

Por  un momento  pensó que no pasaría nada.  Pero     una  luz  bajó  de la estrella  y le  dio la última  llave. Cuando  la  iba  a tomar  apareció la  dragona  blanca. 

— Tu deseo será concedido pero tendrás que  volver a  tu hogar.

— ¿Puedo despedirme  del príncipe?

—No.

María quería llorar contuvo las lágrimas para no hacerlo en frente de la dragona. Que  muy  seria le dijo —. Toma la ultima  y  ve  a la  torre  la puerta  te llevara a tu hogar. Te aseguró que el príncipe  esta a  salvo con tu deseo.   Pero si deseas otra cosa este es el momento  para  ratificar lo que quieres. 

— ¿Qué deseas? — Preguntó la  dragona.

— Que  el príncipe. este a salvo.  Solo quiero eso, a  pesar  de que no me quede  con él . Deseo que este  sano y  feliz.        

— Tu  deseo  será concedido — dijo  la dragona con  una  sonrisa.

 Ella  fue abrir  la  habitación temiendo  lo peor.  Fue  cuando  observó que estaba  en la  recamara del  príncipe. Él  le sonrió 


León le cogió la mano y se la llevó a los labios, con la mirada clavada en la suya. Se quedó sin aliento. —Debería darte las gracias. De alguna forma.

Ella se sonrojó por la forma en la que le miraba —. ¿Qué  paso?  Pensé que  volvería al mundo humano.

— ¿Es  lo que quieres?

— No. 

— ¿Qué  deseas?

— Estar  contigo, para  siempre.

— Si , es  tu  decisión y  deseo  así  se hará. Me parece apropiado,  darte  un beso —, murmuraron sus labios contra su mano.

Le dio la vuelta a la mano y le besó la palma. 

Ella tragó saliva.  Su corazón  latió con fuerza. 

Sus labios se acercaron a la muñeca de ella.  Le apartó la tela  de la blusa y le dio ligeros besos a lo largo del brazo hasta el interior del codo. María  se sintió  tan sexi  como Morticia  Adams

Ella apenas notó su mano libre intentando  quitarle  la  blusa  negra que ella  llevaba. Le quitó la blusa y se inclinó para besarle el hombro.  A María se le cortó la respiración.

León  le rodeó la cintura con un brazo y la acercó. Su otra mano se deslizó sobre su cadera y se inclinó para cubrir su boca con la suya. María abrió su boca a la de él. Su aliento se mezcló con el de él, y su lengua se batió con la de ella, provocando y tentando. La necesidad la estremeció. Él se apartó y besó el punto en el que su cuello se unía a su hombro. Ella no estaba segura de cómo lo sabía, pero ese punto en particular, y la forma en que sus labios la acariciaban, le derritieron los huesos.

Ella gimió suavemente.

León  acarició la  espalda de  María. Ella se estremeció. En un momento de  valentía  tiró de su camisa para sacarla de sus pantalones. Él se movió para dejarle espacio para  retirar  el resto de  su ropa. María le subió la camisa hasta que él se la sacó por la cabeza y la dejó caer. Ella lo besó repetidamente en la base de su garganta; sus manos vagaron por los duros músculos de su pecho. Sus dedos exploraron las curvas y los valles de su trasero y rozaron sus caderas y la parte baja de su espalda. María apretó sus caderas contra las de él, la dura evidencia de su excitación presionando en ella a través de la tela de sus pantalones. Las manos de León la acariciaron, sus dedos trazaron la costura de su trasero. Ella deslizó su mano entre ellos para tantear los botones, frenética de deseo. 

Le abrió los botones y deslizó la mano dentro de los pantalones. Sus dedos encontraron su miembro duro e hinchado que se tensaba contra la tela. Él aspiró con fuerza. Su pecho subió y bajó más rápido contra ella. Su mano se enroscó alrededor del pene y ella lo acarició, y él gimió desesperado buscando alivio.

León se bajó los pantalones por las caderas, los dejó caer al suelo y los apartó de una patada. Ella le acarició su miembro y las pelotas, recorriendo con su lengua y sus labios su pecho. Se arrodilló lentamente y lo miró.

Él la miraba fijamente, con los ojos vidriosos de deseo. Le cogió las nalgas con una mano y le rodeó la polla con la otra, retirando el prepucio. Sin dejar de mirarlo, le pasó la lengua por la punta de su pene. Él jadeó y se llevó las manos a los costados. Ella quería darle placer.

Ella rodeó la cabeza de su polla lentamente con su lengua. Él se estremeció, y ella lo succionó lentamente en su boca hasta que la llenó. Se apartó, recorriendo con sus dientes la longitud de la polla. Él gimió. La humedad se acumuló entre sus piernas y ella palpitó de necesidad. Chupó la cabeza de su polla, apretando suavemente y acariciando sus cojones. Él movió ligeramente las caderas hacia ella, introduciéndose en su boca, como si intentara contenerse, pero no pudiera.

Ella retrocedió y él la puso de pie. Deslizó la mano por su cadera y levantó la pierna de ella para rodear la suya. Su boca tomó la de ella. Reclamó la suya. Saqueó la suya. Su miembro se deslizó entre sus piernas y se frotó contra su húmedo y resbaladizo centro de deseo. María gimió en su boca.

Él se estremeció y se apartó, luego la cogió en brazos y entró en su habitación para dejarla en la cama. Ella se apoyó en un codo y lo miró fijamente desnudo. Su imagen le  quitó el aliento. 

El príncipe se deslizó en la cama junto a ella y la tomó en sus brazos. Sus pechos se apretaron contra su pecho. Sus piernas se enredaron alrededor de las de ella. Su boca y sus manos estaban en todas partes a la vez. Le cogió los pechos y le acarició los pezones con la lengua, los chupó y los mordisqueó con los dientes y la boca. Ella se retorcía bajo su contacto. Cada lugar que exploraba, cada centímetro de ella, estaba lleno de sensaciones, intensas y abrumadoras. Bajó, arrastrando besos entre sus pechos y sobre su estómago. Ella gimió y se arqueó para recibir su boca y sus caricias.

Se arrodilló entre sus piernas y le besó el interior de los muslos. La separó con los dedos y el pulgar la frotó. Ella gritó, su cuerpo se sacudió y levantó las caderas. Él la mantuvo abierta, se agachó y sopló sobre ese punto sensible y palpitante de placer. Bajó la cabeza y la acarició con la lengua, y ella se preguntó si se podía morir de felicidad desenfrenada. Y no le importó. Él lamió y chupó, y un placer exquisito  la inundó. 

—León... querido príncipe... por favor...

Él se movió y se colocó entre sus piernas, luego se deslizó dentro de ella hasta llenarla, poseerla. Sus músculos se tensaron alrededor de él. Él se retiró lentamente, permitiéndole sentir cada centímetro de él, y luego se deslizó de nuevo dentro de ella. Ella enganchó sus piernas alrededor de las de él y le instó a seguir, a profundizar. Sus movimientos se volvieron rítmicos, más rápidos. Ella giró sus caderas contra él, respondiendo a sus empujes con los suyos.

Más rápido y más fuerte, él empujó dentro de ella. Se aferró a él, gimió y se balanceó con más fuerza contra él. Y se perdió en la sensación de placer, de ser una con él, conectada en cuerpo y alma. Hasta que él empujó con fuerza y gimió y se estremeció dentro de ella. Sus músculos se tensaron en torno a su miembro y su cuerpo estalló en una explosión. Olas de pura felicidad la inundaron, y ella se arqueó hacia arriba y gritó su nombre. Y se maravilló de lo bueno y correcto que era todo aquello, y de lo mucho que la consumía. Ella era suya y él era suyo y lo sería para siempre. 

El deseo  de  María  y de su príncipe se  cumplió. Dos corazones solitarios se unieron  por la magia  de la  navidad. 

© J.P.Alexander