Había cruzado dimensiones tantas veces como su curiosidad le había impulsado a hacerlo, aquello se había convertido en una divertida costumbre. Ya asimilaba mejor los efectos que producía ir de un plano a otro en tan poco tiempo, aunque eso también tenía sus riesgos, pero "no hay aventura sin riesgo", se decía a sí misma antes de emprender cada viaje. Para ello solo necesitaba desearlo fervientemente, porque en gran parte esos mundos nacían de sus deseos y sobre todo de creer que era posible.
Aunque en ocasiones esos deseos se mezclaban con los de otros y su destino podía ser un tanto diferente a lo pensado. De cualquier modo, no temía a los desafíos.
Así había encontrado a su mascota, un pequeño dragón verde que era su guía a través de tantas realidades alternas. Su ropa también cambiaba de manera instantánea y se asemejaba a una guerrera. Y su nombre, su nombre no era el habitual.
Fue de esa manera que un día se encontró en un nuevo mundo, donde todo el entorno era violeta, en lo alto brillaba un luminoso Sol que le daba una sensación cálida y placentera, envolviéndola de seguridad. Al mismo tiempo había dos Lunas Violetas, cada cual con una órbita y cuando ambas coincidían se hacía visible el Castillo donde moraba ese ser que le era tan familiar, El Caballero del Sombrero de Copa.
Su presencia la llamaba, casi podía oír su voz hablándole y sentir su tacto acariciándole. Algo en ella le decía que nada era casual, que estar allí era destino y que finalmente, todas las piezas encajaban.
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