sábado, febrero 08, 2025

El Baile por María II.

Robándole minutos al tiempo,
queriendo anticiparse
a las campanadas
asistió al encuentro
que le quitaba el sueño,
pero un año más
se resistió
a cumplir su más dulce deseo.   
 
- © DUlCE -


Mi gratitud María por a pesar de todo
intentar llegar a tiempo :)
Besos dulces.


SIEMPRE TARDE.

Como cada año, las campanadas de media noche la pillarían corriendo escaleras abajo sobre aquellos altísimos stilettos que si no los llevara enfundados en sus pies, parecían brillantes punzones de hielo… Antes de salir, retiró con un gesto felino la espesa melena que chorreaba sobre sus hombros. Sujetó con las dos manos el escote palabra de honor y tiró fuerte de su ajustadísimo vestido hacia arriba. Luego, cogió apresuradamente su bolso de mano, cerró tras de sí la puerta y corrió hacia su coche. Encendió el contacto, pisó el acelerador hasta el fondo y mientras con el volante dibujaba la línea central de la carreta y sus ojos se acostumbraba a la oscuridad de la noche, su cabeza intentaba encontrar una excusa creíble que justificara el por qué de su retraso. No sabía explicar por qué le imponía tanto aquel enorme León, que sin embargo resultaba extremadamente amable, dulce y cercano. Su mirada noble, le confería la certeza de que nada malo podía ocurrir a su lado y a la vez, su presencia le intimidaba. No se sentía cómoda ante alguien tan exultante y seguro de sí mismo, esa sensación le generaba inseguridad y por eso, posponía una y otra vez, aquel encuentro desde hacía tanto. Pero aquella invitación era ineludible y esta noche, por fin se encontrarían.

Sabía que a la invitación acudirían más invitados, lo que no sabía era si todos coincidirían a la vez y en el mismo lugar o aquel misterioso León, les tendría preparada alguna de sus enigmáticas sorpresas. Cada vez que las ruedas perfilaban una curva, el chirrido de los frenos rompía la quietud de aquella apacible noche y su mente se zambullía en todo tipo de especulaciones sobre lo que podía esperarle al llegar .. Quizá al abrirse el enorme portón de la mansión a la que se aproximaba, la inundaría el brillo y bullicioso sonido de la multitud – pensar esto le daba tranquilidad- o por el contario, al abrirse aquella pesada puerta el silencio rasgara la oscuridad tenue en la que debería adentrarse conteniendo la respiración… Tal vez al llegar, acudirían a su encuentro sus queridas MARINA, MILENA, MARÍA DORADA y AURO…¡hacía tanto que no las veía! ¡Debió llamarlas antes de salir!.. ¿por qué no lo hizo? Siempre a última hora, sin tiempo… Siempre deslizándose de puntillas sobre el filo de la navaja.. En fin, en pocos minutos sus dudas se despejarían .. Encaró la última curva y enfiló la recta que ascendía por la pendiente que apareció tras la enorme verja que daba acceso a la finca. Aparcó y salió del coche.

Se sorprendió al no ver ningún vehículo aparcado en la inmensa explanada que se extendía frente a la imponente mansión. Respiró hondo y comenzó a caminar clavando decidida sus afilados tacones sobre aquella gravilla resbaladiza. Las estrellas jaspeaban un cielo tan negro como su vestido. El brillo de la luna se reflejaba en sus hombros, el vertiginoso escote de su espalda y las piernas que asomaba alternativamente por la infinita abertura del vestido y aun más cuando ascendió las escalinata ..
Su corazón trotaba y sentía su pulso acelerarse…

Por fin llegó hasta la puerta y sus ojos se agradaron clavándose en lo que vio.

Una pequeña nota con caligrafía inglesa, escrita a plumilla se balanceaba con la suave brisa que corría en ese instante … y atónita leyó:

“ María, llegas con una semana de retraso. El próximo año -si es que te invito- te indicaré fecha y hora, una semana antes para que llegues a tiempo, desastre! ”.

© María

jueves, febrero 06, 2025

El Baile por Cléia Fialho.

Una nueva invitada
llegó a El Salón
con una sonrisa de provocación,
las máscaras nada ocultaron,
tampoco las intenciones
y la noche la colmó
de dulces sabores.

- © DUlCE -


Mi gratitud Cléia por disfrutar
doblemente de Mi Baile.
Beijos doces.


MÁSCARAS Y DESEOS (Versión 1)

La música se extendió por la habitación como un susurro insinuante, una invitación al pecado. Las velas ondeaban en candelabros dorados, proyectando sombras danzantes sobre los rostros enmascarados que se deslizaban sobre el mármol negro. El perfume de las rosas y el vino se mezclaba con el calor de los cuerpos que seguían el ritmo de los violines.

Ella estaba allí, en lo alto de la escalera, una visión envuelta en seda carmesí. La máscara dorada cubría parte de su rostro, pero sus labios rojos delataban una sonrisa de promesa. Sus ojos escudriñaron la habitación, buscando a quien llevaba semanas enviándole cartas llenas de secretos y provocaciones.

Y entonces, llegó. Un hombre alto, con un impecable traje negro, una máscara plateada que ocultaba su identidad. Sus ojos, sin embargo, eran imposibles de ignorar. Se aferraron a ella con la certeza de quien ya sabía el desenlace de esa noche.

Descendió, lentamente, cada paso era un desafío mudo. Cuando lo encontró, le tendió la mano enguantada y, sin dudarlo, ella aceptó. Bailaban como si fueran los únicos en ese baile, sus cuerpos en un juego de acercamientos y escapes, chispas invisibles ardiendo entre los dos.

Sus dedos se deslizaron suavemente por su cintura, presionándola contra él. Un cálido aliento rozó su oído mientras murmuraba:

"Has venido.

Ella sonrió, oscilando entre la rendición y la provocación.

"Y tú me esperaste.

Sin más palabras, la alejó de la multitud, a través de los pasillos decorados con tapices y secretos. Un toque en la puerta de madera maciza se abría a una habitación iluminada solo por la luz parpadeante de la luna.

Allí, donde podían caer las máscaras, las miradas se hacían más intensas, las caricias más audaces. Sus labios tomaron los de ella con urgencia contenida, mientras las finas telas se deslizaban como promesas rotas hasta el suelo.

Esa noche, entre los susurros del baile y el escalofrío del amanecer, no importaban nombres ni rostros. Solo los cuerpos, la piel y el deseo que incendiaron la oscuridad.

© Cléia Fialho



MÁSCARAS DEL DESEO (Versión 2)

El salón era un océano de sombras y promesas. La música serpenteaba por el aire, un murmullo seductor entre los cuerpos enmascarados que se deslizaban bajo la luz parpadeante de los candelabros. Los susurros y las miradas secretas llenaban la habitación de una tensión que vibraba en la piel.

Ella estaba allí, vestida de seda roja, la máscara dorada ocultaba su identidad, pero no el hambre en sus ojos. Lo estaba buscando. Durante semanas le habían ido llegando cartas llenas de promesas, escritas por manos que conocían cada uno de sus caprichos. Palabras que le incendiaron la piel incluso antes de ser susurradas.

Entonces, lo sintió incluso antes de verlo. Un perfume amaderado, una calidez demasiado cercana, una mirada que la desnudaba sin vergüenza. Él estaba detrás de ella.

—Has venido. La voz profunda se deslizó por la nuca, tan cerca que le hizo perder el aliento.

Ella sonrió, sintiendo que el escalofrío se extendía por su piel.

—¿Por qué huir de lo inevitable?

Deslizó un dedo por su hombro desnudo, un toque ligero, pero que ardía como brasas. En silencio, la tomó de la mano, alejándola del vestíbulo.

El corredor era una invitación al peligro. El sonido de la fiesta se hizo lejano mientras él la apoyaba contra la fría pared, el contraste entre el mármol y la calidez de su cuerpo le arrancó un suspiro.

—Ya sabes cómo termina esta noche... —murmuró, rozándose el cuello con los labios—.

Jadeó al sentir que sus dientes presionaban ligeramente contra su piel, un mordisco sutil, una advertencia de todo lo que estaba por venir. Las mascarillas seguían cubriendo sus rostros, pero nada más los separaba.

Sus manos se deslizaron por el pliegue de su cadera, tirando de ella contra él. Ella sintió la innegable rigidez de su deseo y le correspondió con un roce de cuerpos que le hizo contener la respiración.

Levantó la pierna, envolviéndola alrededor de su cintura, y apretó su cuerpo contra el de ella, sus labios explorando, chupando, mordisqueando cada trozo de piel que pudieron encontrar.

—Dime que pare... —bromeó, deslizando los dedos por debajo de la fina tela de su ropa, trazando caminos prohibidos.

Pero ella no quería que se detuviera. Nunca quiso.

El deseo los consumía como el fuego. Las manos inquietas arrancaron los últimos vestigios de seda y misterio, y luego, allí, entre sombras y suspiros, se perdieron el uno en el otro.

Y cuando finalmente cayeron las máscaras, ya no importaba quiénes eran, solo el placer compartido en esa noche sin nombre, sin mañana.

© Cléia Fialho

martes, febrero 04, 2025

El Baile por Maia.

Nerviosa llegó a El Salón
para su primer Baile
con el Dulce Caballero,
inquieta ante el encuentro
pronto los dulces arrullos 
se adueñaron de su deseo
y ante la profunda mirada
dos piezas dócilmente
cedieron.

- © DUlCE -


Mi gratitud querida Maia por aceptar la invitación
y regalarme tu presencia en Mi Baile.
Besos dulces.


UNA PROFUNDA MIRADA

Jugaba con el borde de la copa, un poco distraída, un poco incómoda, me situé en uno de los extremos de ese amplio y místico salón; y pensaba... ¿Por qué me puse este atuendo de dos piezas; y la blusa...?, me hace cosquillas, ¿Es el atuendo?, ¿O soy yo que estoy nerviosa?; y discretamente trataba de acomodarla jalando un poco de un lado y acomodando el otro, olvidándome por momentos que estaba en el salón de ese enigmático castillo.

Él llegó detrás, su voz se sintió como un arrullo

— Maia, ¿Cuándo dejarás de pelear con esa blusa?
— No lo sé, no me doy cuenta, decía mientras pensaba si había sido tan obvia 
— Es linda 
— Lo es
— ¿Y por qué la compraste?
— No; yo, no, no sé, fue de último momento no pensaba asistir a tu baile 
— Vaya, pero estás aquí, ¿Por qué no te gusta?, te sienta bien 
— Es bonita, no sé 
— !Quítatela!
— ¿Qué dices?
— Ah, ¿no me escuchaste?, te ves preciosa pero es una blusa que me resta de tu atención, te siento incómoda, tu hombre no tiene problema con eso, pues quítatela 
— ¿Mi qué?, ¿Qué?, no; yo, ¿Qué?, ¿Qué dices?
— Dije "tu hombre", así, sencillito; sin esperar reciprocidad, -pero claro que la deseo-, soy tu hombre porque así lo siento, así lo quiero, nada, ¡quítatela!, ¿o quieres que lo haga yo?.

El Dulce Caballero me sostuvo la mirada, su rostro parecía un poema.

© Maia.