Eran remolinos mis manos
agitando un océano impetuoso
y mis dedos se engarzaban
anclados al navío de su cuerpo.
Inventaba mil maneras de instigarla
pero solo una la desbordaba,
era entonces que se tornaba
textura de bondadosa linfa exprimida.
Allí donde el latido es más urgente,
donde la tibieza sabe dulce,
donde el clamor lleva solo un nombre
allí habito para que me sienta y me viva.