Tenías el aire descuidado de un viento otoñal reflejado en tu pelo, lo primero que captó mi atención, largo y ondulado, traviesamente descolgándose por tus hombros y terminando cerca de tus pechos. Esos pechos que se dibujaban bajo tu blusa y que se fueron convirtiendo en mi objeto de deseo, los mismos que en "casuales" roces me fuiste dejando conocer. Tu ropa no era impedimento para poder sentirlos y para que tú sintieras.
Lo sabías, lo supiste desde aquel momento en que con algo de atrevimiento te pregunté si podía tocarlos y te ruborizaste ante mi petición. No me permitiste hacerlo, pero poco a poco me fuiste dejando llegar a ellos. Solías decir que eran tu orgullo y parecía ser suficiente para ti, que tu excitación creciera de sólo saber cuánto quería acariciarlos. En tantas conversaciones cómplices, tus pezones silenciosos se endurecían bajo tu ropa ante mi abierta admiración por tus pechos. Y sólo tú lo sabías.