Até tus caderas a las mías
y ajusté las cuerdas
de tus gemidos a mi empuje
provocando el reguero de llamas
provocando el reguero de llamas
aún inextinguibles
en la memoria de las caricias.
Te hice olvidar toda sobriedad
ante la salvaje naturaleza de mis demandas,
porque eras tú quien me llevaba
porque eras tú quien me llevaba
a perder toda lucidez
al devorarme con las fauces de tu cielo,
abierto y florecido de astros