La Novicia
Otro año más nuestro bloguero y compañero de letras Dulce, nos ofrece este baile de Máscaras, donde nuestra mente divaga al son del erotismo que envuelve una noche mágica.
Mi carta elegida me da tres objetos que debo incorporar al baile:Una Cruz, una plabra - Vampiro- y un color, el negro.
Muchas gracias, Dulce.
La novicia
Cerró su celda y cogió la pequeña maleta, en ella solo llevaba el misal y una muda, pues tan solo pasaría dos noches con sus padres.
En la puerta del convento se hallaba el chofer que la llevaría después de tres años a su hogar, a su pasado.
Tan solo con quince años ingresó en el convento de las Divinas Pastoras, ella no quería, fue decisión de sus padres, esos modales de mujer liberal escandalizaron a esa sociedad hipócrita que la rodeaba, sus padres no supieron estar a la altura, pensaron que alejándola de la civilización calmarían las habladurías.
En los tres años transcurridos tuvo tiempo de rezar, de empaparse de la vida de los Santos, pero cada noche, en la soledad de la celda, sus manos recorrían su cuerpo, sentía como se erizaba su piel, sus dedos se estremecían refugiándose entre su camisón.
Se despidió de la abadesa con un roce de beso en la mano y una leve inclinación. Cuando subió al carruaje, fue una liberació, por fin estaría todo el recorrido sola, sin que ningún ojo oculto la estuviera espiando.
Faltaba más de medio camino cuando oscureció, el trayecto apenas lo recordaba, pues, el paisaje era un bosque tan tupido de árboles que apenas dejaba ver las estrellas, en sus pensamientos iba cerniendo que haría esos dos días de libertad, si reflexionar sobre estos tres años o en huir en busca de su libertad.
Algo ocurrió de repente, el cochero frenó, dándose con la cabeza en el cerco de la ventana.
— Hermana, perdóneme la brusquedad. Tenemos un pequeño problema. La rueda trasera se ha salido y es imposible seguir el viaje.
—No se preocupe,caminaremos hasta llegar a la posada más cercana para pasar la noche.
—Creo que a unos tres kilómetros había una casona grande, puede que alguien se apiade de una religiosa y nos dé cobijo.
Ambos echaron andar, el cochero llevaba la maleta de la novicia. Esta detrás de él, vigilaba cada paso que daba pues sus alpargatas no estaban hechas para caminar por ese camino agreste de hojarasca y piedras.
La noche era fría,y por momentos la niebla les impedía avanzar.De repente un corcel negro relichando se detuvo a su lado, los dos quedaron quietos sin saber qué decir. Ese majestuoso animal era todo un poder de la naturaleza, al igual que el hombre que lo montaba.
—¿Qué les ha ocurrido para que una religiosa y su acompañante anden por este lugar en una noche tan fría y oscura?la voz era profunda, con tintes de dominación.
—Señor, se nos rompió la rueda trasera y no podemos seguir rumbo al hogar de la hermana Ángela. ¿Sería usted tan amable de decir si en este camino se encuentra alguna fonda para pernoctar?
—No será necesario, seguidme, les alojaré en mi casa. Hermana, deje que la llevé a lomos de mi corcel, veo que sus zapatillas están a punto de dejarla con los pies al aire y la noche no acontece.
Al darle el brazo para engarzarla al lomo del caballo, sintió un hormigueo en el cuerpo ¿cuanto hacía que un hombre no la tocaba? Él, por su parte, sintió algo raro, su cuerpo se estremeció, pero no de deseo, sino de pánico, algo no funcionaba.
Esa mujer con ese hábito negro llamó su curiosidad, pero algo no estaba funcionando, hasta que por fin vio la cruz que asomaba entre sus pechos.
Tenso todo su cuerpo, procuró no tocar un ápice del hábito galopando hasta llegar a su mansión.
La hermana Ángela temblaba de frío y de miedo. Aquel hombre de aspecto viril la producía una sensación extraña. Sus ojos eran oscuros tanto como su pelo, sus labios carnosos y la dentadura blanca hacían resaltar la belleza varonil.
—Hermana, debería cambiarse de vestido, está mojado por las nieblas de la noche.
— No tengo otro hábito, solo llevo dos mudas para el corto viaje que estaba realizando hasta encontrarnos con este infortunio, quizá si hay un buen fuego pueda secar mis ropas.
—Venga, la llevaré a la biblioteca, allí siempre está encendida la chimenea, pero creo que no será suficiente. Si a usted no le importa en las habitaciones hay ropa de mujer y puede que sea de su talla.
—Perdone, pero se habrá dado cuenta de que yo no soy una mujer normal, soy una religiosa a punto de dar mi vida al Señor y usted habla de ponerme unas ropas de mujer. No estaría obrando con mis votos de humildad y castidad.
El caballero la miró con ojos penetrantes, evitando mirar el crucifico, esa cruz tenía que quitárselo del medio lo antes posible. Cada vez que sus ojos iban hacia ella, sus colmillos se afilaban rozando casi su labio inferior.
—Hermana, al menos despójese de su crucifijo, así se secará antes el vestido.
Él la dejó sola en esa sala, curiosa comenzó a mirar cada estantería, podía ver libros escandalosos, la llamó la atención uno que estaba abierto sobre una mesa de madera. Al acercarse, vio imágenes obscenas de mujeres desnudas abiertas de piernas con hombres sobre ellas, cada uno poseyéndolas en diferentes formas.Su curiosidad era tal que comenzó a sentir una ola de calor y fue el momento en el que se desprendió de su crucifijo.
Ojeó más sin percatarse de que aquel, el caballero la observaba a través de las cortinas que hacían de biombo entre esa sala y su despacho. Allí agazapado sentía como esa mujer le atraía como ninguna otra, pero esta vez no era por tener unos pechos exuberantes, ni una ropa sensual, ni tan siquiera sabía como era su cabello,pues este iba cubierto, pero algo le decía que esa mujer iba a ser suya, tal vez esa noche no, pero quizás antes de amanecer.
Ángela por un momento sintió que alguien la miraba, pero allí estaba ella sola, se acercó al fuego y levanto con timidez los hábitos y sus piernas quedaron al descubierto, él desde la distancia vio algo extraño en su ropa interior, alrededor de su cintura portaba un cinturón que rozaba sus partes más intimas, no podía ser, esa joven llevaba un cinturón de castidad.
El fuego del hogar calentaba su cuerpo a la vez que sentía arder algo por dentro, aquellas imágenes quedaron clavadas en su retina, podía sentir el cuerpo del varón sobre ella, recorriendo todo su piel y sin darse cuenta sus manos fueron a sus pechos los cuales los acaricio con lentitud, ésto al otro lado estaba alterando la entrepierna del hombre que no sabía si mitigar el acaloramiento de la joven o ver como transcurría la escena.
La hermana Ángela, cerró sus ojos y dejó su mente volar. Hacía mucho tiempo que no tenía esa necesidad de acariciarse, de sentir aquello que hizo que sus padres la convirtieran en una novicia que ella nunca deseó, la llamada de la religión.
Sin darse cuenta se fue desprendiendo de su primer hábito, quedándose en una camisa que la cubría hasta las rodillas, sus pechos se marcaban con nitidez. Él pudo ver aquellos pezones erectos como velas apuntado hacia el santísimo, su cuerpo comenzó a convulsionar se dirigió con sigilo hacia ella.Posó las manos en sus hombros y acercándose despacio,sin hablar, solo besó su cuello. Ella se estremeció, pareciera que le estaba esperando.
Sus colmillos querían saciarse de ese cuello esbelto y ese olor a santidad, pero se detuvo, solo quería gozar y que ella sintiera lo mismo.
Como dos almas que se encuentran por primera vez, se entregaron al deseo, la lujuria y el placer.
Cuando sus besos se posaron en sus labios, comprobó como hombre experto en el sexo, que ella era novel en las artes amatorias, no hizo falta decir, sus ojos se lo dijeron, por eso, sello su boca con un beso que la obnubiló de tal forma que casi desfallece, la sentó en el sillón y acercó una manta para posarla en el suelo al lado del fuego.
La llevó hasta ella con caricias, la fue despojando poco a poco de su ropa hasta quedar solo con ese cinturón, que la hacía aún más exquisita.
Sus suspiros y gemidos recorrían toda la instancia, sus manos jugueteaban en acariciar el pelo, a desabrochar cada botón de la camisa, a reír como una niña cuando juega con su muñeco. Él sentía que esa noche algo importante iba a pasar en su vida.
El nivel de deseo fue creciendo conforme las caricias iban aumentando. Él la guiaba donde debía acariciar, tocar, arañar...hubo un instante de pasión cuando lamió sus pezones que no pudo contener su primer alarido. Su lengua quiso dar las gracias de ese placer recibido, haciendo que esta recorriera su pecho, bajaran por su ombligo y llegara hasta donde encontró algo que llamo su atención, era la primera vez que veía un hombre desnudo y aquello jamás lo hubiera imaginado, retrocedió con un gesto de pavor, pues vio moverse algo que parecía tener vida propia, él la miró y con dulzura, le indico que aquello era su sexo, y ella podría disfrutar de él tanto como quisiera.
Su boca fue descendiendo, acarició todo su falo, lo lamió, lo saboreó, al principio sus arcadas eran grandes, pero luego sereno su garganta hasta llegar a controlar los impulsos, pues veía que él se retorcía, ella se sentía poderosa, el placer antes recibido por él ella se lo estaba compensado, aquellos movimientos cada vez más rápidos hizo que de su juguete saltara un líquido cálido que la mojo toda su cara.
Fue un momento único, en sus años de placer nunca había tenido un orgasmo tan rápido. La inexperiencia de la joven le arrancó su hombría en segundos de placer.
Ella se limpió con su camisa y le sonrió, no sabía qué decir, se acurrucó debajo de su pecho y solo le dijo:
Perdón.
—No tienes por qué pedir perdón, entre un hombre y una mujer estas cosas suceden.
— Pero yo soy religiosa, y he pecado, mi lujuria ha sido más fuerte que mi amor al Señor.
— Tal vez ese sea el pecado, que tú no estás hecha para dedicar tu vida a la Congregación.
Entre ellos fluyó una conversación donde ella le contó su historia y él la escuchó. Aquella mujer levantó en él una pasión desconocida, no solo era sexo lo que deseaba de ella, tal vez comenzaba un nuevo año con alguien a su lado, pero no de una noche...
Siguieron hablando, hasta que sus besos comenzaron a ser de una intensidad que necesitaban satisfacer.
Solo había un problema aquel cinturón impedía que tuvieran relaciones completas.
Él no sabía que ella guardaba la llave y esta no era otra que la cruz, se levantó, fue a por ella y abrió la cerradura, lo dejó lo más lejos posible, la entrelazó junto a él.
Sus manos eran hábiles, tenía que ser cuidadoso, aquella virgen dejaría de serlo en la fecha más bonita del año, el cierre de un año y comienzo de una nueva vida, una mujer.
Tenía que prepararla para ello, y así fue como sus dedos entraron en ella, haciendo que se abriera para él, sus gemidos eran cánticos, pues sabía que sería su dueño siempre, sus manos jugaban con sus pechos, su boca mordía con delicadeza esos pezones, duros como el diamante, su lengua bajaba por sus caderas haciéndo que estas se elevaran y se movieran a cada embestida de su mano.
Todavía tenía que tenerla más ardiente para no hacerla daño, sabía cómo hacerlo. Su boca bajó hasta su sexo y en él se detuvo, lamió sus labios, y ella abrió aún más sus piernas. Sus manos acariciaban su cabeza, haciendo que se hundiera más en ella. No sabía lo que venía después.
Cuando sintió su lengua en su clítoris, su grito fue tan intenso que aquel libro que yacía sobre la mesa calló, con sus páginas abiertas, justo con esa misma posición.
Los orgasmos iban y venían hasta que por fin era hora de que esa niña se convirtiera en mujer.
La poseyó de manera que ella pudiera verle la cara, quería ver su rostro, cómo se iluminaba, la sentó a horcajadas y lentamente la fue bajando hasta que su miembro erecto y cálido entró en esa cavidad, dándole respuesta de que él era el primero en entrar en su mundo de mujer.
Sus embestidas una vez pasado aquel obstáculo fueron creciendo, de manera que ella pudo disfrutar de su primera vez, jamás pensó que eso la fuera a ocurrir. Cuando ella se tocaba sentía placer, pero aquello era la maravilla del mundo.
La noche transcurrió entre conversaciones y placeres, que fue descubriendo poco a poco.
Aquel vampiro, todavía no lo sabía, sería su señor el resto de sus días.
Jamás volvió al convento, nunca supo más de sus progenitores.
Al día siguiente, la fiesta de fin de año se celebró en aquella mansión, su amo y su señor era el anfitrión.
Ella bajaría al salón a las doce en punto. Su invitación la encontró en la almohada, su carta esta vez era el lado oscuro.
Su traje ya no era el hábito, lo cambió por un traje de terciopelo negro que marcaba sus caderas de mujer, sus pechos resurgían en su plenitud y esa raja enseñaba que sus piernas habían gozado la tersura de su piel así lo decía.
Un baile de máscaras, en donde solo ellos sabían qué había ocurrido horas antes del acontecimiento.
Campirela_
Un texto sensual y con un tema curioso, esa monja Ángela, por un accidente, se sume en un lugar y unos brazos que se abren paso al placer. Resulta muy erótico, sobre todo por la supuesta prenda del cinturón de castidad.
ResponderEliminarUn abrazo a ambos.
Los caminos del Señor son misteriosos, dicen. Bueno, es aprenda al final no sirvió de mucho que digamos :)
EliminarUn beso dulce.
Un relato lleno de intensa sensualidad, no lo había leído hasta ahora. Me gustó mucho tu baile Campi.
ResponderEliminarBesos golosos a los dos.
Un relato excepcional de Campirela, ha desplegado sus mejores galas literarias en este Baile.
EliminarBesos dulces Rosana.
Gracias, Dulce, por darnos la oportunidad de este baile, que es mucho más que un texto. Creo que en él va el subconsciente de nosotras, en el cual desde la libertad nos deja divagar con él.
ResponderEliminarUn besazo, Dulce y a todos los que lean esta entrada, vaya por delante mi gratitud.
Así precisamente me gusta que sea, primero porque no es una propuesta o que haya nacido como tal, ha sido espontáneo todo y desde esa espontaneidad la creación fluye también. Gracias a ti por no faltar a la cita y hacerlo con este gran relato, que como ya te he dicho, es de lo mejor que yo te he leído.
EliminarBesos dulces Campirela.
Madre mía con la monjita.
ResponderEliminarMuy bien que se atreviera a sentir!
Como siempre magnífico tu relato!
Besos a los dos!
Ya ves tú, nadie se quiere perder de probar lo más dulce, ni una religiosa ;)
EliminarBesos dulces Lunaroja.
Yo si lo leí, sensualidad a raudales, jajaja, sí, hasta la religiosa no se puede perder ese dulce. Un beso dulce
ResponderEliminarAsí debe ser, hay que leer y no perderse estas magníficas historias como tampoco se puede perder el endulzar la vida.
EliminarUn beso dulce Carmen.
Me encantó el relato de Campirela. Está genial narrado *.* Y el tópico de la monja no tan santa... 10/10.
ResponderEliminarHail Satan ;P
Más dulces besos llenos de pecado
10/10 me sumo a esa votación que haces del excelente relato de Campirela. Hail DD. ;)
EliminarDulces besos pecadoramente dulces.
Vaya monjita. tiene la sensualidad como habito. Esta Campi... cuando se pone... se pone.
ResponderEliminarDos besos, uno para ella y otro para ti
Nunca mejor dicho Tracy :)
EliminarUn beso dulce para ti.
Original siempre Campirela, imaginación no le falta... jajaja
ResponderEliminarBesitos dulces a ambos.
De eso se trata Mi Baile de que la imaginación sea la música para danzar a placer, y tú qué imaginarías? Me quedaré con la duda.
EliminarUn besito dulce más.